Somos como somos porque tenemos las más profundas razones para serlo.

Las amigas esperaban el alta de Darinka en silencio, en un ejercicio de introspección involuntario.

Elena recordaba cuando su mamá tenía que pedirle permiso a su papá para ponerse una falda, para salir, para ir al médico. Y se prometió a sí misma que ella no dependería del permiso de nadie para poder hacer su voluntad y si lo vemos desde su punto de vista, en cuanto a la relación que tenía con Javier, Elena no tenía que pedir permiso para salir, para desvestirse en público, para justificar su pensamiento “feminista” en redes sociales, pero permeaba que el “no pedir permiso” traía como consecuencia una serie de insultos y humillaciones por parte de él que la dejaban desvalorizada, en el fondo, ella quería que el hombre que tanto amaba y justificaba le diera un valor y reconocimiento por el simple hecho de ser ella. Un pensamiento materno justificaba su permanencia: “yo sé que va a cambiar”.

La mamá de Julia tenía trastorno bipolar y en varias ocasiones cometió actos violentos contra ella. Cuando cumplió 18 hicieron un paseo en lancha, Julia no sabía nadar, pero el agua siempre le causaba fascinación. Ese día había discutido con su madre: “no quiero que te pongas ese vestido”, “mamá es mi cumpleaños y quiero usarlo”. Regresando del paseo, en un arranque de enojo, su madre la empujó de la lancha gritándole lo mal que se veía con esa ropa. Los lancheros la sacaron del agua mientras los familiares trataban de calmar a su madre. Después de aquello, Julia se fue de su casa y sobrevivió sola desde entonces. Ella, aunque fuerte, sentía el vacío de una familia. Tuvo un novio, Ramón, con el que no solo encontró, según ella, el amor, sino una familia que la quería y valoraba, a ella no le molestaba que su novio siempre quisiera estar en casa de sus padres, pues aquella sinergia familiar era algo que necesitaba: sentirse parte de algo, de alguien. Ramón con el tiempo dejó de verla como novia, para verla como su sirvienta, su nana, su enfermera personal. Julia pensó que si ese era el precio que tenía que pagar por tener “una familia”, no pagaría ni un día más. Terminó con la relación y en terapia pudo entender de dónde venía aquella necesidad, cómo un constructo social sobre tener una familia unida y perfecta, había corroído su autoestima. Hoy miraba a sus amigas y no lograba entender cómo algunas teniendo más recursos que ella, más mundo, más posibilidades, seguían hundiéndose en el mismo pantano. La manera en la que Javier trataba a Elena o los empujones que le habría dado Lalo a Darinka antes de dejarla en el hospital, no eran información nueva para Julia, todas confiaban en ella porque: “tú no me juzgas, no me insultas, si se lo cuento a las demás, no me bajan de pendeja”. Escuchaba a sus amigas, trataba de convencerlas de no merecer ese trato, pero desistió porque no había argumento que las hiciera sentir o creer que todas tienen un valor y el poder de salir de una relación en la que no eran amadas ni respetadas. Esa tarde su pensamiento se resumía en: “no insistí lo suficiente”.

Soledad no estaba esa tarde con ellas, tenía que llevar a sus hijos al karate. René no ayudaba con las tareas del hogar ni cargaba con los niños: “Eso es cosa de viejas, yo por eso salgo a trabajar, lo mínimo que espero que hagas es tener la casa limpia, la comida lista y a los niños felices y tranquilos, es todo lo que te pido, ¿es más importante tu amiguita que nuestra familia?”

Sol se casó a los 20 años, estaba estudiando pedagogía. René había sido su novio desde la secundaria; para la familia de ella, no había podido encontrar un mejor partido, René era de “buena familia”, tenía un patrimonio que ofrecerle, nada le costaba quedarse en casa, renunciar a una carrera que al parecer de todos era una pérdida de tiempo, “¿Para qué? Si ya atrapaste un partidazo”, decían sus padres. Soledad estaba cautiva dentro de su propia casa, las pocas veces que podía ver a sus amigas, René insistía en enviarle mensajes, hacerle llamadas sin sentido, todo para ejercer presión y lograr que ella regresara a casa. Hoy Sol, sentada en el gimnasio viendo a sus hijos pensaba que su vida no era tan mala: “por lo menos no estoy como Darinka”.

Maggie pensaba en lo último que le dijo a Darinka después de la marcha respecto al moretón que le había visto en el brazo:

—Te haces pendeja solita, ahí andas de ridícula con la Elena, haciéndole a la empoderada, a la chingona, cuando todas sabemos que no viven sin sus vatos.

—¿A qué viniste entonces Maggie? ¿A jodernos nada más? No hubieras venido entonces.

—¿Cómo que a qué? Yo sí creo en esto, no lo hago por pose. Al final somos amigas, ni modo que las dejara solas en esto.

—No pues qué chido que somos amigas —expresó con ironía antes de irse.

Maggie había estudiado con Darinka veterinaria. Vivía sola con ayuda de sus papás, ellos le pagaban la renta de un departamento en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, tenía su propia clínica y las marchas eran algo que parecía ser impuesto por su mamá: “Yo siempre fui contra la corriente, por eso tengo la vida que tengo, no fui como la bola de viejas sumisas con las que crecí. Tienes que destacarte hija, ser distinta a todas, no necesitas de un hombre, al final no sirven más que para darte hijos”. Maggie en el fondo quería una vida tradicional, formar una familia en un futuro, pero prefería aparentar ser lo que su mamá quería que fuese, por eso iba a las marchas, por eso escribía discursos para sus amigas, para sentir la aprobación de su madre, no importaba que aquellas palabras estuvieran vacías.

Darinka se cambiaba de ropa con ayuda de una enfermera, mientras una de las representantes de las asociaciones que habían ofrecido su ayuda legal, le explicaba qué era lo que seguía:

—Ya está la denuncia y la familia de él ya está notificada. Lo escondieron en algún lugar, pero no te preocupes, lo vamos encontrar. Los medios ya están involucrados, ya te hiciste viral, al ser mediática tu situación, todo tiende a caminar más rápido, por eso te pido que no te eches para atrás, no te arrepientas.

—No lo haré —expresó Darinka mientras se amarraba las agujetas.

—¿Tienes donde quedarte?

—Con mi amiga Julia, mis papás siguen molestos.

Elena recibió un mensaje de Javier: “Elena te quiero y porque te quiero no me gustaría que te pasara algo como lo que está pasando Darinka. Hay muchos locos afuera que aparentan ser normales como el pinche Lalo y mira cómo la dejó, pero bueno, también entiendo su enojo. A mí tampoco me gusta que andes en esas mamadas, pero jamás te haría daño”.

Elena sonrió discretamente, como quien recibe un shot de serotonina artificial.

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