Voz narrativa: Elisa

—Amo a Juan Carlos Albarrán y eso me está costando la vida. Todo lo previamente estipulado me causa un conflicto enorme en todos los tiempos, ¿por qué tiene que darme tantos pretextos para estar conmigo? ¿Es tan difícil estar conmigo? —me preguntaba Alma tendida en la cama, sudando en fiebre.

Juan Carlos Albarrán ya tenía tres días sin venir, yo sabía bien que estaba huyendo, padeciendo en alguno de sus tantos refugios. Alma había sido clara en cuanto a que no lo necesitaba cerca. Pero ella lo esperaba, una llamada, una señal. Era cruel estar en una de sus casas, rodeada de su recuerdo, de su olor; sin él.

—No me ha llamado y ya no puedo prolongar más mi estancia aquí. Debo ir a casa con mi familia, debo estar lista para Navidad. No puede tenerme encerrada aquí.

Alma no podía moverse. Tuvo una hemorragia después de la intervención, el médico dijo que era normal, que como consecuencia de haber realizado el legrado era un sangrado irregular por algún tiempo, así que la atiborró de antibióticos y mencionó que estaba deshidratada.

Su familia le esperaba el día 20, estábamos a 18 de diciembre.

Se dedicó a llorar amargamente, gritaba y se azotaba en la cabecera de la cama. Yo acudía a su consuelo hasta que se quedaba dormida, exhausta y herida.

Eso cuesta la inocencia. Eso deja la maldad.

Soy responsable de todo esto probablemente. Yo inicié el incentivo hacia Juan Carlos la primera vez que lo vimos. Yo estuve de acuerdo con todo lo estipulado previamente. Yo sé que él no se enamoraría nunca, pero Alma tenía un sentimiento, quería intentarlo. No fui cautelosa y hoy, está jodida en una cama, llorando por lo que yo sabía que no podía ser.

Seis días después de Fátima

Voz narrativa: Juan Carlos Albarrán

Regresé con el alma rota, arrepentido de haberla dejado ahí. Debí saber que, evidentemente, la compañía de Elisa durante tanto tiempo, la dejaría en el desamparo.

Decidí hablar con Elisa, por vez primera de manera directa. Elisa siempre ha tenido la última palabra y antes de tomar cualquier decisión, es importante saber cuál es la posición del enemigo.

—Elisa…

—No sé de qué estás huyendo, no sé a qué estás jugando —dijo mientras intentaba coser un botón.

No me miraba. Estaba muy delgada y aunque seguía siendo bella, bellísima, estaba seca, porque aquella que me miraba con indiferencia, no era Alma.

—Elisa… perdóname, perdónenme. ¿Dónde está Alma? ¿Mi Alma?

—¿Esto es lo que haces con lo que es tuyo? He sido buena Juan Carlos, he aprendido a ser lo que tus esperas que sea: transparente y ciega, porque ese era el trato. Cuando no quieres que esté, desaparezco. Vivo en una dualidad entre ser inexistente y seguir caminado. Pero esto —entonces me miró con todo el dolor que mostraban sus ojeras y su extrema delgadez, se puso de pie y se levantó el camisón, sus rodillas rosadas ahora eran opacas, sus piernas marchitas y usaba una faja —Esto es bajo, yo he intentado convencerme de que lo merezco, pero es demasiado. Ni yo que soy tarántula, yaga eterna, merezco esto.

Caminó hacia la ventana y me apresuré para cercarla con mis brazos, porque parecía que cada paso que daba, estaba por desplomarse, sin embargo ella de un golpe de apartó y me miró fijamente, ya no había vida en aquellos ojos, aquella vida que le habían arrancado seis días atrás.

Entonces Alma despertó. Lo supe porque su mirada, ya no era turbia, tóxica, punzante. Era tierna, aunque llena de dolor, pero era suya:

—¿Por qué te fuiste? —preguntó entonces. —Quiero que me expliques por qué me abandonaste aquí en donde tu olor está por todos lados, dónde puedo escuchar la culpa de todo lo que somos por todas las ventanas, aquí no hay espacio para derramar este dolor ¿Por qué aquí?

¿Cómo explicarle que los años no me habían enseñado una mejor solución, más que lamer mis heridas en soledad? ¿Cómo decirle que supe entonces que siempre la había amado? ¿Cómo convencerla de que la amé desde aquella noche en Zitácuaro? ¿Cómo evidenciarle que cada mañana en la Ciudad Desierto tenía sentido para mí, solo porque ella estaba a mi lado cada amanecer? Edificar el amor toma tiempo, aceptarlo después de todo lo que hicimos, fuimos y somos, es arriesgado y mi corazón no quería ponerme en riesgo ni en sus manos, a pesar de que ya estábamos ahí desde siempre.

Elisa observaba sentada cruzada con sus lánguidas y blancas piernas, contrarias al color pantera de Alma, analizando astuta y felina, su siguiente movimiento. Elisa tenía que irse, si ella no desaparecía, si no soltaba a Alma de sus fauces, no solo nuestra historia tendría el final predecible. Entonces me dirigí a ella, ignoré la pregunta de Alma con todo el dolor de su nombre, pero ese día Elisa era quien debía darme la contraseña, el remedio para librarme de ella misma así que asumí el papel de presa, a ella le encantaba ser el cazador, le cedí el poder por unos momentos, su vanidad era más grande que su visión y eso podía ayudarme.

—Si quieres que me vaya, que te deje en paz Elisa… solo dime, de qué manera puedo compensar todo esto —dije casi balbuceando.

Entre más ignoraba a Alma, más fuerte Elisa se volvía, más real, más larga, más aguda, solo teniendo por completo a Elisa tendría la oportunidad de hacerle ver que yo no la amaba, que mi amor no dependía en lo absoluto de su existencia.

—Vas a quedarte aquí conmigo. No vas a huir y pensar que lo mejor es que esto termine, porque no ha terminado. Vamos a ponerle fin a esto juntos, porque ambos tenemos las manos manchadas, ambos somos culpables y tenemos que vivir con esto el resto de nuestras vidas. Tengo seis días sangrando y así como yo he aprendido a no existir, tú también aprenderás a no ser, a sangrar y a pagar mientras sobrevives conmigo.

Y entonces conseguí lo que quería: Los villanos necesitan una víctima y la víctima tarde o temprano logra despojarse del yugo. Alma acabaría con esto pronto, porque la víctima siempre ha sido Elisa, solo que ella no lo sabía.

Elisa nos unió, por lo tanto ella es lo único que nos puede separar.

Me fui. A pesar del llanto ahogado de Alma.

La noche que Elisa se quedó en el sueño

Voz narrativa: Alma

Hoy Elisa se termina. Hoy Elisa no despierta.

Existe en la naturaleza un hongo llamado Ophiocordyceps unilateralis, éste infecta a las hormigas manipulando su comportamiento convertirla en una especie de zombi, sus esporas entran en el cerebro de estas y una vez infectadas entran en un estado de confusión, siendo su único objetivo servir de huésped para alimentar y proteger al hongo siniestro. Eso mismo es Elisa

He vivido con un trastorno en el que mi personalidad se divide, el origen denota en la violencia, en la genética. Elisa es quien rige las decisiones importantes, su función era cuidar de mí, protegerme incluso de mi misma. Pero no está haciendo su trabajo y no solo eso, ha saboteado mi vida, mi amor y mis letras.

Escribir es una función orgánica. Escribir duele, porque el escribir no solo son palabras, son acciones. El oficio de escribir va más allá de una acción decisión o estilo. La escritura, las letras son un organismo vivo.

Elisa duerme, últimamente duerme más que ante, aumenté la dosis y el que sea una fanática de los sueños y las pastillas, ayuda. Solamente en el límite nos damos cuenta de lo que somos capaces de destruir y procuramos cerrar los ojos, para no ser testigos del daño cometido.

Me enamoré de Juan Carlos Albarrán hace cuatro años y esta noche nos reencontramos, una vez más para amarnos. Me miré en sus ojos y entendí cuánto lo había amado, cuánto lo había necesitado y él lo sabe, sabe que el sonido de su voz es sinónimo de vida, no tenía ganas de nada, solo de vivir y si la vida es él, ¡qué encanto es la vida!

Él es el rayo de luz que ilumina los verdes, cuando los grises predominan en el cielo.

Él es el calor del pasto que gustas sentir en las plantas de los pies, después de un día nublado.

Él es el canto de las aves que irrumpe el silencio y el movimiento de las hojas en otoño.

Él es la belleza que celas abiertamente.

Él es la salud que por genética no te corresponde.

Él es mis años futuros, los años que no pretendo vivir, porque ya fue suficiente. Alguna vez escribí que amar a Juan Carlos Albarrán iba a costarme la vida y sí. La vida de Elisa, es el precio que hay que pagar.

Doblé mi dosis una vez que Juan Carlos se fue prometiendo regresar por la mañana. Cuando vuelva, estaré ahí esperando y Elisa se habrá ido para siempre.

Elisa se quedará en el sueño inducido y yo habré despertado por vez primera, sin ella. Y si eso ha de costarme la vida, que así sea.

FIN

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