La fama de la pizza rebasó las fronteras cuando los panaderos italianos, especialmente napolitanos, llegaron a otros países, como Alemania o Estados Unidos. En este último, en las colonias de inmigrantes ya se hacían pizzas desde 1902 en Nueva York, pero hasta después de la Segunda Guerra Mundial se extendió la costumbre por todo el país.

La popularidad de la pizza creció tanto que en la década de los 50 ya era considerada fast food y se podía encontrar congelada o en el servicio a domicilio. Por eso, en 2009, la Unión Europea decidió otorgarle la Denominación de Origen, también llamada Especialidad Tradicional Garantizada (en italiano, STG, Specialità Tradizionale Garantita).

Este certificado contempla que el diámetro aproximado debe ser de 35 centímetros, la masa debe pesar entre 180 y 250 gramos, y no debe superar 188 calorías por cada 100 gramos. Además sólo considera dos tipos de salsa Marinara (de tomate) y Margherita (margarita).

La primera es elaborada con aceite, jitomate y setas, y va siempre perfumada con orégano y ajo. La segunda además de los tres ingredientes anteriores lleva queso mozzarella, “en algunos lugares le ponen rebanadas gruesas de jitomate o no, pero la tradicional lleva jitomate, albahaca y pesto”, asegura el chef José Luis Girón, de Santino Polanco.

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