Las prácticas de corrupción, extorsión o “mordidas” parecen ser el pecado original de las fuerzas de orden público y de los cuerpos policiacos en México.

Desde finales del siglo XVIII, según expedientes judiciales de la época, aparecen reportes de las irregularidades cometidas por los alcaldes de barrio, personajes considerados como los primeros agentes policiales permanentes en la Nueva España. Es el caso de José Conejo, un español de “buen nacimiento” que vivía en el barrio de La Merced, y que fue procesado entre 1797 y 1798 por realizar arrestos arbitrarios y cobrar multas injustificadas. Todas las noches, el alcalde y sus alguaciles rondaban las calles, apresando a los vagos, a los solteros, a las “parejas ilegítimas”, interviniendo en las riñas, robos y escándalos. Pero, a veces, en lugar de trasladar a los presos a la cárcel, los llevaban a depósitos improvisados, como panaderías para los hombres y atolerías para las mujeres. Para quedar libres, los acusados tenían que pagar entre uno y cuatro reales.

Durante el juicio, el alcalde admitió las prácticas arbitrarias, los testigos revelaron la red de complicidades tejidas con los alguaciles, serenos (guardias nocturnos del alumbrado) y hasta con el cura. Al final, el alcalde pagó una multa y su caso fue justificado con el argumento de que esas prácticas estaban autorizadas por ley y costumbre. El caso, documentado por el historiador francés Arnaud Exbalin, revela las irregularidades cometidas por los primeros agentes del orden público en la ciudad, prácticas que posiblemente se mantuvieron en diferentes momentos históricos y que perduran hasta hoy.

Según el investigador de la Casa de Velázquez, en Madrid, las prácticas de corrupción de los alcaldes de barrio se justificaban por la ausencia de un salario y, en el caso de los serenos, por los sueldos bajos pues como vigilantes nocturnos recibían una cantidad equivalente a la que ganaba un peón.

“Nunca logré encontrar las listas de las multas supuestamente llevadas a cabo por los alcaldes de barrio, porque en realidad, las cobraban directamente a los infractores. Estas prácticas eran toleradas por parte de la jerarquía que, tal vez, sacaba provecho de ellas también. No se llamaban ‘mordidas’, sino ‘gratificaciones’”, refiere.

Las funciones de estos primeros personajes ligados a la vigilancia y al orden público, la creación de cuerpos policiacos y su transformación histórica en el país, las prácticas de control y vigilancia, y proyectos y políticas públicas que van desde registros poblacionales, medidas sanitarias para controlar enfermedades y trazo de planos para el control territorial, son algunos de los temas que investigadores mexicanos y extranjeros discutirán en el Coloquio Internacional “De polis a policías: Prácticas de control y orden en las ciudades, siglos XVIII-XXI", que se llevará a cabo del 11 al 13 de febrero en la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH.

Como los alcaldes de barrio, alguaciles y serenos que vigilaban las calles de la Nueva España a finales del siglo XVIII, a lo largo de la historia del país surgieron modalidades de orden público y figuras policiacas.

Fue en 1860, durante el mandato de Benito Juárez, que tomó forma un cuerpo policiaco cuyas estructuras se acercan a las que conocemos hoy. Se trata de la gendarmería municipal, modelo que, explica el historiador Diego Pulido, funcionó durante el Porfiriato y hasta 1929, cuando se creó el Departamento del Distrito Federal y se renovaron las instituciones policiales.

La gendarmería, recuerda el investigador de la DEH -quien en este coloquio presentará la ponencia “La autoridad policial en la ciudad de México (principios del siglo XX)”-, es quizá la primera fuerza policiaca consistente y duradera. “Tenía cuatro cuerpos: la policía de a pie, la montada, la reservada, vestida de civil, y el cuerpo de bomberos. Las funciones no distaban mucho de las de ahora: prevención del delito y de las faltas administrativas”.

Y como sucedía durante el virreinato, en esas épocas también había un “sistema de cuotas.” Al final del Porfiriato, pero sobre todo después de la Revolución, en la década del 20, en el departamento judicial hay una buena cantidad de documentos que nos hablan de estas prácticas ilegales, mediante las cuales funcionaba la policía en la calle”, refiere Pulido.

Las mujeres policías. Por las mismas fechas en que la capital ve surgir este cuerpo policiaco moderno, en Oaxaca se registró un caso que podría considerarse el antecedente de las mujeres policías. Luego de un escándalo de corrupción y seducción del que fueron objeto algunos hombres encargados de vigilar a las prostitutas, la autoridad de Oaxaca delegó esa labor a dos mujeres de edad madura (40 años).

Estas mujeres, comenta la historiadora Fabiola Bailón Vásquez, recibían un salario y cumplían una función parecida a las matronas o mujeres que vigilan los burdeles. Si bien estas mujeres no llegaron a conformar un cuerpo policiaco como tal, el caso funciona como un antecedente de lo que después será el cuerpo de policías mujeres que se formaliza en la década de 1930, describe la historiadora de la UAM-Xochimilco, quien ha trabajado la historia de la prostitución en Oaxaca y la ciudad de México.

“Lo interesante es que la autoridad haya reconocido a las mujeres como vigilantes, como un antecedente de las mujeres policías”, dice la historiadora quien hablará sobre este tema en el coloquio organizado por la DEH.

La militarización de las calles. Organizado con el fin de ofrecer posibles respuestas a los acontecimientos políticos y sociales actuales de México, este coloquio también abordará un tema tan vigente como los casos de corrupción: la militarización del orden público.

En su conferencia magistral, “Soldados en la ciudad: ¿Hacia la militarización del orden urbano? Ciudad de México, 1765-1811”, el investigador Arnaud Exbalin hablará sobre un episodio poco conocido en la historia de México: la llegada de miles de soldados a la capital de la Nueva España en ese periodo, con el fin de fortalecer las tropas militares y participar en las tareas de la policía urbana. A partir de entonces, el paisaje del orden se transformó de manera radical: se instalaron cuarteles, se crearon vivaques y las tropas comenzaron a patrullar las calles.

Esta es una escena que, refiere el historiador, nos traslada hasta nuestros días con la creación reciente de un cuerpo de gendarmes, el uso policial de militares en varias zonas del país y la propuesta del presidente Enrique Peña Nieto de suprimir las policías municipales.

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