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Cientos de fieles acuden al Templo de La Cruz de rodillas, sin importar el dolor, el cansancio y el sufrimiento físico. Algunos salen de San Francisquito, uno de los más tradicionales y populosos barrios de la capital y comienzan su vía dolorosa. Todos tienen una razón para soportar el camino doloroso. Muchos llevan a menores cargando, en señal de penitencia, o como parte del motivo de la manda. Cada vez que avanzan es difícil. La distancia no es mucha, pero hacerlo de rodillas, de subida primero, luego en adoquinado y llegar hasta el altar del templo es una proeza que requiere fuerza. Conforme pasan las horas y el calor aprieta, a pesar del “camino” de cartones y cobijas, el dolor y las laceraciones aparecen.
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