“La lucha libre no es circo, maroma y teatro”, dice Clímax II, luchador con 40 años en el pancracio, a quien afectaciones en las vértebras cervicales tienen en el semirretiro, como ejemplo de que los golpes que se dan a veces son reales. “Se me fue haciendo (la lesión en las cervicales) poco a poco, con los golpes. En las caídas de espaldas que hacemos en el ring también rebota el cuello. No todos nos lesionamos así por esas situaciones, pero cuando pasa llega el momento que ya no puedes seguir”, dice con una voz que cambia de la emoción y entusiasmo a la tristeza.

Vestido como los viejos cánones dictan, con traje azul, y suéter cuello de tortuga, Clímax II, luchador de mediana estatura y complexión atlética, platica sobre lo que representa la lucha libre para él y sus compañeros que abrazaron la profesión de luchador.

“Comenzamos en el año de 1976. Estuve en la empresa de la Arena México, de la Coliseo y en toda la república durante 20 años, hasta el 2000. De ahí fueron más esporádicas mis presentaciones en el país”, explica.

Señala que en estos momentos tiene poca actividad, pues tiene una lesión en las cervicales, que es peligrosa y pone en riesgo su movilidad y su vida.

“Todos los luchadores tenemos un empleo diferente a lo que es la lucha libre. En lo particular mucho tiempo me desempeñé en el ramo restaurantero. Con mi familia tuvimos una cadena de restaurantes en la Ciudad de México, que se llamó o se llama ‘Pizzas Don”, ahorita los que están ahí en el negocio son mis hijos, mis sobrinos, porque mis nietos aún están pequeños”, explica.

Comenta que como cualquier persona, quienes se dedican a esta profesión salen a trabajar, a divertirse con la familia, y que como gladiador su rutina comienza cuando llegan al gimnasio a entrenar.

Recuerda que en sus inicios, cuando quería incursionar en el mundo del arte del pancracio, pensaba que la preparación era como ir a la escuela, pues tienen que pasar de tres a cuatro años por varias disciplinas. “Los primeros entrenamientos son los más duros, los más complicados, para empezar tenemos que practicar la lucha olímpica, que es la más pesada y constituye la base de la lucha libre”, abunda.

“Son tres o cuatro horas de entrenamiento en el gimnasio, después me voy a la casa, y en los días que tenemos presentaciones: te levantas, te bañas, desayunas, descansas un rato, y te vas preparando para la presentación, de acuerdo a qué hora sea. Hay que estar con cierto tiempo antes de la función, al terminar, pues regresamos a la casa y a seguir”, indica.

Esfuerzo y disciplina

Dice que cuando se es joven, a la mañana siguiente de dar una función de lucha, se levantan sólo con un poco de cansancio, pero conforme pasan los años es más complicado recuperarse del esfuerzo físico.

“Pasando los 35 años de edad, después de una lucha lo que quieres es una cama para descansar, porque le duelen a uno todos los huesos, todo el cuerpo, porque es un muy duro el desgaste. Es muy difícil. Sólo en los entrenamientos, cuando son fuertes, se bajan hasta dos kilos de peso, que se reponen inmediatamente porque bajamos del ring hambrientos y sedientos y a comer lo que haya”, asevera.

Ya en la lucha, acota, bajan del encordado bañados en sudor y con desgaste físico y si andan lastimados no quieren siquiera pararse, y conforme pasan los años es más complicado reponerse.

“Cuando yo inicié fui al Gimnasio Coyoacán, pero sólo era de lucha olímpica. De ahí brincaban para la Conade. La cuestión es que me pidieron equipo. Yo llevaba todo. Pues en la noche, después del primer entrenamiento yo tenía fiebre. Al otro día no me paré y le dije adiós a la lucha libre. Pero dije que tenía que poder y empecé en otro gimnasio, pero fue igual de duro y difícil”, subraya.

Sin embargo, a pesar de la dureza de los entrenamientos, asevera que así se forma un luchador, y que así se forman los luchadores y no todos aguantan, pues de 25 alumnos que comenzaron en su grupo, sólo terminaron cinco, que fueron Vulcano, Tony Arce, Águila Solitaria y otros dos muchachos.

“Es dura, es bien difícil, se comienza uno a lastimar. Eso de circo, maroma y teatro es un mito, porque no tiene nada de eso. Es bien difícil. La preparación es muy complicada”, añade.

Además de la lucha libre, está la vida personal, así como sus empleos, pues la lucha libre, contrario a lo que se cree, no deja para vivir, pues los luchadores no perciben grandes ingresos, a menos que sean las estrellas consagradas.

“En las arenas importantes en la actualidad están pagando dependiendo de la cartelera, una persona de la primera o segunda lucha estará cobrando 800 pesos, más o menos, pero va conforme se avanza. Ya estrellas como el Santo o Mil Máscaras cobran 25 mil o 30 mil pesos por lucha. Se lucha una vez a la semana”, puntualiza.

Agrega que antes era mucho más complicado, pues la paga era menor y en las arenas del interior del país era menos el salario, por eso no se vivía de la lucha.

Clímax II recuerda que en sus 40 años de carrera ha sufrido varias lesiones, muchas serias y otras escandalosas. Rememora que en Xalapa, Veracruz, le dieron un sillazo que le causó una herida en la cabeza que sangró mucho, lo que lo atemorizó por la cantidad de líquido hemático que perdió, aunque no pasó a mayores.

Agrega que en otra ocasión, tirándose una plancha desde la tercera cuerda cayó directamente al piso, pues el otro luchador se hizo a un lado, por lo que al caer perdió el conocimiento.

Una rodilla en mal estado y las cervicales dañadas le impiden luchar, porque los médicos le dicen que con cualquier movimiento rudo, “ahí se puede quedar”.

Añade que su hijo, de 22 años de edad, también abraza la lucha libre, a la par que tiene que trabajar. Dice que se siente nervioso cuando ve a su vástago luchar, pues cada vez que suben al ring hay nerviosismo, y quien no los siente no es buen luchador.

Puntualiza que la lucha libre es todo para ellos, además de ser algo muy representativo de México, pues a los enmascarados se les asocia con el país. “Creo que luego de nuestro lábaro patrio, está la lucha libre como algo mexicano”.

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