Nunca mejor usado el parafraseo de una novela clásica de Gabriel García Márquez para ilustrar lo que fue el debate presidencial de este domingo que simplemente evidenció la estratégica ingenuidad de la oposición.

Conformada por el PRI, PAN y PRD, la coalición ha caído en la trampa de seguir los tiempos marcados desde el Palacio Nacional, y que impidieron la consolidación de una candidatura fuerte desde sus propias filas.

La elección de Xóchitl Gálvez como abanderada, impulsada tras enfrentamientos verbales con el presidente López Obrador, ha revelado más una serie de improvisaciones que una propuesta política consistente. Este enfoque errático culminó en un debate donde Gálvez, visiblemente nerviosa, enfrentó a una gélida —según sus propias palabras— Claudia Sheinbaum, sin lograr alterar el panorama electoral previamente establecido por las encuestas.

La atención del presidente López Obrador hacia Xóchitl Gálvez, catapultándola brevemente al centro de la escena política, dándole sus 15 minutos de fama, hizo creer a la oposición que era una alternativa viable y marginó así a figuras con mayor trayectoria como Beatriz Paredes y Santiago Creel.

La campaña de Gálvez ha demostrado priorizar la forma sobre la sustancia, con tácticas poco convencionales y a menudo improvisadas e ingenuas, como la fallida promoción del voto en las cafeterías Starbucks, una maniobra que terminó siendo públicamente desautorizada por la corporación con sede en Seattle.

Esta falta de profesionalismo y coherencia en su estrategia se manifestó claramente en el reciente debate. Frente a una Claudia Sheinbaum inamovible, Gálvez no logró desestabilizar ni articular una crítica sólida, se limitó a atacar sin éxito la empatía y conexión emocional de Sheinbaum: “Dama de Hielo” fue su argumento retórico fallido.

Su intento de asociar a Sheinbaum con controversias pasadas tampoco generó el impacto deseado. Mientras tanto, Sheinbaum se mantuvo enfocada en cuidar su ventaja en las encuestas. Por su parte, el tercer candidato, por Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez, no consiguió proyectarse como alternativa viable y lo más destacado fue su sonrisa forzada frente a las cámaras.

El debate, en última instancia, sirvió para exponer las limitaciones de Gálvez más que para alterar la dinámica electoral. Tan fue así que la candidata oficialista hasta ironizó diciendo que Gálvez hasta se robaba el tiempo del cronómetro. Así, a pesar de los esfuerzos, las preferencias electorales permanecieron estáticas, destacando la incapacidad de Gálvez para capitalizar esta oportunidad crucial.

Así fue el primer debate que quedó a deber en comparación con los de otras elecciones que nos dejaron frases memorables de la política mexicana.

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