¿Declinar o no declinar? Esa no es la cuestión. Así que, como en un fallido dilema shakespeariano, nos han presentado esta situación para aplicar presión al candidato que va en tercer lugar, Jorge Álvarez Máynez. Invocan a la Santa Democracia —su 'democracia rosa', habría que aclarar—, donde su concepción de 'ciudadano' es inherentemente buena y lo político, perverso; todo para salvar un sistema cuasiperfecto que, en realidad, sólo existe en sus privilegiadas mentes.

Pero ¿declinar para qué? ¿Quién se beneficia realmente con las declinaciones? Estas son las preguntas iniciales que debemos considerar.

En la historia política mexicana, la declinación más trascendente se dio en 1988, a poco de un mes de las elecciones, cuando tras mucha insistencia, Heberto Castillo, del Partido Mexicano Socialista (PMS), aceptó declinar a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, quien encabezaba la alianza PARM, PPS y el Frente Cardenista. A regañadientes, Castillo declinó en aras de un bien mayor: un triunfo de la izquierda, situación que finalmente se vio impedida por el fraude electoral.

De vuelta al presente, ¿cuál es el trasfondo de pedir la declinación a Máynez? Hay pocos fundamentos sólidos. La alianza PRI-PAN-PRD sólo tiene como objetivo principal sacar a Morena del poder, sin un proyecto político. Esa es la gran diferencia con la declinación de 1988.

Además, los partidos políticos se encuentran en momentos muy distintos: mientras el PRD se aferra a su supervivencia, el PRI enfrenta un ocaso histórico sombrío y Acción Nacional se dirige hacia una de las derrotas recientes más dolorosas.

Por otro lado, Movimiento Ciudadano participa en otra elección, ya que se enfoca en la consolidación de un proyecto a futuro. Busca impactar con los jóvenes, aunque en este momento ellos no sean votantes asiduos, pero espera que, con el tiempo y la edad, lo sean y los consideren como una opción viable.

En realidad, MC no compite ahora de manera directa, sino que se prepara para futuras contiendas y pretende acumular un capital político a largo plazo. Esto es algo que los partidos de la alianza opositora parecen no entender porque para ellos su ciclo histórico se agota.

Por eso, su insistencia, que hasta parece ridícula, incluidos opinólogos que alguna vez fueron respetables, revela su desesperación por no entender lo que sucede a nivel nacional. Esto los lleva a exigir esa declinación.

A veces se declina para ganar, no la elección, sino un proyecto de nación a corto o largo plazo. Pero cuando la declinación se exige de manera casi violenta, verbalmente, como estamos viendo ahora, parece que los verdaderos derrotados, tanto ahora como a corto plazo, son quienes la piden.

Al final, como en Hamlet, la política es un espejo de las ambiciones humanas y sus consecuencias. Así, la petición de declinación se convierte en un reflejo de las luchas internas, que muestran que quienes rabiosamente exigen son los que más tienen que perder. Declinar o no declinar, esa no es la cuestión.

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