En los últimos días, la zona metropolitana de Querétaro han dejado imágenes que parecen ser cada vez más frecuentes en temporada de lluvias: calles convertidas en ríos, vehículos debajo del agua, familias evacuadas y viviendas inundadas. Pero estas escenas no deberían sorprendernos. Son el síntoma de lo que hemos ignorado por mucho tiempo: el desorden urbano y crecimiento no planificado.
Querétaro es hoy una de las zonas con mayor dinamismo económico y poblacional de México. Su crecimiento ha sido celebrado por indicadores de inversión, llegada de empresas globales y aumentos constantes en el valor de la vivienda. Pero detrás de ello se esconde una vulnerabilidad que pocas veces entra a debate: la falta de resiliencia de sus ciudades frente al agua.
Las inundaciones no son un fenómeno nuevo. Pero su frecuencia, intensidad y capacidad de daño sí lo son. El cambio climático ha hecho su parte, alterando patrones históricos de lluvia y generando precipitaciones más intensas en menor tiempo. Pero sumado a ello, lo que está ocurriendo en Querétaro (y en muchas otras ciudades mexicanas) es la consecuencia directa de un modelo de desarrollo urbano que ha avanzado más rápido que la capacidad de planificación y supervisión de las administraciones locales.
Cada nuevo fraccionamiento que sustituye suelos naturales por concreto impermeable, cada calle mal diseñada sin pendientes adecuadas o infraestructura pluvial, cada autorización de construcción sin estudios hídricos reales, suma al problema. Y el resultado es que muchas colonias y desarrollos, incluso los más recientes y “planeados”, se inundan porque no fueron concebidos pensando en la adaptación al entorno, sino en la rentabilidad del metro cuadrado.
El verdadero desafío que nos plantean casos como el de Querétaro no es solo técnico: es también político y cultural. Necesitamos repensar la ciudad desde una lógica distinta. No se trata de detener el crecimiento, sino de reorientarlo. Ya no basta con hacer ciudades funcionales o rentables: necesitamos ciudades vivibles y adaptables. Ciudades con resiliencia hídrica. Eso implica invertir en infraestructura verde, parques inundables, sistemas de captación pluvial, corredores de filtración, y en una muy fuerte estrategia de gobernanza y normatividad adaptada a nuestros tiempos.
Todas las decisiones públicas en contextos urbanos como la movilidad, vivienda, infraestructura y gasto social, deberían responder a una pregunta básica: ¿contribuye esto a una ciudad más sostenible, más resiliente, más conectada con la naturaleza?
Querétaro tiene aún la oportunidad de corregir el rumbo. La única forma de construir futuro es hacerlo pensando en la naturaleza, construir con ella. En el caso de Querétaro, esa construcción empieza por asumir que no se trata de tapar baches o desazolvar coladeras, sino de imaginar un nuevo pacto urbano basado en el entorno, la ciencia y la sostenibilidad.
@RubenGaliciaB