El 1 de agosto marca algo más que una fecha tentativa en el calendario electoral estadounidense. Es, si se cumple la amenaza, el inicio de una ofensiva económica contra México. Donald Trump ha anunciado que impondrá aranceles del 30% a las importaciones provenientes de México, Canadá y la Unión Europea. La medida, envuelta en el lenguaje de la defensa nacional, no es otra cosa que un acto de chantaje comercial.
No sorprende. Trump no ha ocultado su desprecio por los tratados multilaterales ni por la diplomacia como herramienta de entendimiento. Lo que sorprende es la pasividad de ciertos sectores en México, que observan la amenaza como si no los interpelara. Pero el golpe es directo y brutal: en 2023, el comercio entre México y Estados Unidos superó los 798 mil millones de dólares. No relación bilateral más intensa ni más interdependiente en la región. Lo que está en juego no es un porcentaje en tarifas, sino el andamiaje completo del modelo exportador mexicano.
La presidenta Claudia Sheinbaum respondió con prudencia, aunque dejó una frase que expone el fondo de la crisis: si Estados Unidos quiere hablar de comercio, México también quiere hablar de armas. La declaración es contundente, pero la realidad es más violenta. Las armas ilegales que cruzan desde el norte han alimentado la espiral de sangre en el país. Sólo en 2022, se incautaron más de 10 mil armas con origen estadounidense. En paralelo, Washington acusa a México de permitir el flujo de fentanilo y migrantes. La hipocresía es mayúscula: acusan con un dedo lo que fomentan con el otro.
El contexto es adverso. Trump lidera las encuestas republicanas y podría regresar al poder con un Congreso más dócil y menos interesado en la relación bilateral. Mientras tanto, el sector privado mexicano guarda silencio, temeroso de incomodar a quien podría convertirse de nuevo en el jefe del imperio. Algunos gobernadores, atrapados en sus propios juegos de inversión extranjera, evitan siquiera pronunciarse. Y los organismos multilaterales, tan prestos para hablar de competitividad, hoy se ocultan entre tecnicismos.
Lo que se avecina es un choque de visiones. Trump ve en México un peón dentro de su tablero electoral. Pero México tiene la oportunidad —y la obligación histórica— de actuar con la dignidad de un socio, no con la sumisión de un cliente. Es momento de reconstruir el prestigio diplomático que alguna vez supimos defender. De volver a mirar hacia otros socios comerciales, de robustecer nuestra presencia en organismos internacionales, de acudir al Congreso estadounidense con razones, cifras y dignidad.
La historia reciente enseña que los tratados, incluso los firmados y ratificados, no resisten la furia de un candidato autoritario. Lo que los sostiene es la política, la estrategia y el carácter de quienes los defienden. Trump construyó un muro físico. Hoy amaga con levantar uno económico. Que no sea la cobardía mexicana quien le ponga los ladrillos.