En los años 90, cuando se comenzaron a implementar las cuotas de género, fue muy sonado el caso de las mentadas Juanitas, aquellas candidatas electas que una vez que tomaban posesión en San Lázaro, cedían su curul al suplente, por lo regular el padrino político o el titiritero.
Tendrían que pasar algunos años para que se les obligara a estas mujeres a no abandonar sus puestos para los cuales habían sido electas y así poder finalizar con este peculiar tema de las Juanitas. Hoy en día, tal parece que los papeles en poco o nada han cambiado. Después del pasado proceso electoral atropellado, singular y polémico, vimos de repente a los Juanitos, es decir, a los hombres que ya siendo candidatos tuvieron que despedirse de su puesto debido al fallo emitido en favor de la paridad de género en el estado. Entonces, observamos cómo las esposas y las hermanas tomaron la batuta de la candidatura.
Sin embargo, a diferencia del caso de las Juanitas en donde las mujeres se retiraban y los hombres llegaban a ejercer el poder, con los Juanitos ocurre lo contrario: en lugar de que los hombres se retiren y las mujeres suban a ejercer el poder, éstas no sirven más que de mero requisito y los hombres —sus jefes— continúan ejerciendo el poder y tomando decisiones en torno a la administración municipal.
Lo que escribo tiene sustento real y lo pueden constatar con tan sólo asistir a algún evento de nuestras presidentas municipales, las cuales siguen sirviendo de damas de compañía. Peor aún: todas y todos los trabajadores del ayuntamiento e incluso de la ciudadanía tienen como referente de poder y decisión a los maridos. Hace unos días, en el foro sobre igualdad sustantiva organizado por el INE en Querétaro, después de seis meses al frente de su municipio, una de las presidentas, al pedirle que compartiera su opinión con respecto a la manera de hacer política, dijo que “ella no sabía nada de política”.
Ésa es la triste realidad en la que vivimos: una campaña, una elección, seis meses en la administración pública y no saben de política. Otro caso es que, en la mayoría de los eventos, los esposos de las presidentas hacen uso de la palabra. Pregúntense, ¿en qué evento tomaban la palabra las primeras damas? Es obvio que sólo en aquellos donde ellas organizaban, o en los que era requisito fundamental que hablaran. Desde este pequeño acto podemos ver que no tienen poder real.
Pero bueno, queríamos paridad. Entonces será responsabilidad nuestra el exigirles a nuestras representantes, que llegaron por una cuota, que ejerzan su labor, que trabajen por empoderar a más mujeres dentro de su entorno, que entiendan la responsabilidad histórica que tienen y que sepan que de ellas depende, en gran medida, la confianza de las y los ciudadanos para entregarle el poder a nosotras, las mujeres.
También será nuestra responsabilidad apoyarlas, claro, pidiéndoles antes que se dejen ayudar, para poder cumplir el sueño de quienes anhelamos ver una sociedad con mujeres empoderadas y llegando a los lugares estratégicos, donde se puede generar el cambio generacional y social. Ahora, la tarea será fortalecer, dentro y fuera de los partidos políticos, el liderazgo de las mujeres, buscando que no nos vuelvan a “bolsear a chuchita” y que en el siguiente proceso, quienes aparezcan en las boletas sean aquellas y aquellos cuyo trabajo y trayectoria sea su única carta de presentación.
Oradora Nacional. Premio Estatalde la Juventud Querétaro 2013.
@MadalyrmDavila