UNAM Juriquilla

Desde los orígenes de nuestra especie Homo sapiens, los primeros humanos fueron desarrollando la capacidad de asombro hacia las manifestaciones en la naturaleza, como lo representaban el sol, la luna, el viento, los diversos animales y las plantas dándoles al inicio la categoría de deidades, tanto a los elementos ambientales como a los astros.

Al paso del tiempo continuó la evolución cultural del hombre primitivo con el desarrollo del lenguaje y, con ello, la capacidad de transmitir experiencias de vida diaria en forma verbal hacia su clan o tribu, o también en forma gráfica usando pigmentos obtenidos de plantas y plasmando sus experiencias diarias con representaciones de pinturas rupestres; de éstas destacan en nuestros días, el arte rupestre de las Cuevas de Altamira en España o de Lascaux en Francia. Así continuó este proceso de expresión durante largo tiempo hasta que se fue generando la transmisión del lenguaje escrito y, con ello, la descripción de cosas, objetos y organismos.

A su vez, el antiguo Homo sapiens fue desarrollando la habilidad para construir chozas como refugio familiar y adquirió la capacidad, el gusto y el hábito de coleccionar alimentos como frutos, semillas, hojas, ramas e, incluso, empezó a inventar herramientas para poder cazar animales; fue descubriendo cómo conservar pieles para cubrir su cuerpo y el uso de huesos como utensilios.

Nació en el ser humano la inquietud de reconocer patrones o similitudes entre los objetos, los animales o las plantas y, con ello, comenzó a asignarles nombres o categorías a estas cosas que coleccionaba y/o fabricaba. Dio inició el proceso de “clasificar” a los objetos, rocas, animales y plantas, entre otras muchas cosas que le rodeaban.

Miles de años después, ya en la era de los grandes pensadores griegos, destacó uno de los discípulos de Platón: Aristóteles (384 – 322, a.C.), quién creía que todos los seres vivos podían ser ordenados en una jerarquía que se conoció como la “Scala Naturae”, o Escala de la Naturaleza. En ella, las criaturas más simples tenían una posición más baja en una escala ascendente, donde el hombre ocupaba el escalón más alto y todos los otros organismos ocupaban lugares adecuados entre estos extremos.

Posteriormente inició formalmente la Taxonomía (del Griego taxis = ordenación y nomos = ley), derivado de trabajos de Linneo, que describió en varios textos, culminando en la publicación del “Sistema Naturae per regna tria naturae, secundum clases, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis, locis” (Sistema Natural, en tres reinos de la naturaleza, según clases, órdenes, géneros y especies, con características, diferencias, sinónimos, lugares) en el año de 1758; obra crucial que marcó las bases de la nomenclatura de los seres vivos y el sistema binomial, de género y especie, que actualmente rige las bases de toda la estructura de la Taxonomía y Sistemática moderna.

Con este sistema, todo científico puede reconocer cualquier organismo descrito y nominado a través de la designación del nombre genérico y el específico latinizado, dentro de los cinco reinos actualmente reconocidos (Monera, Protista, Plantas, Hongos, Animales).

Por ello, la clasificación de la vida actualmente se lleva al cabo con tecnologías modernas, a través de métodos de reconocimiento de patrones morfológicos, o de similitudes moleculares, partiendo de las bases conceptuales de Aristóteles y su Scala Naturae, y del Sistema Naturae de Linneo.

Con ello, por ejemplo, los médicos pueden reconocer nombres de especies como  Ascaris lumbricoides (nematodo parásito del intestino delgado en el hombre), los paleontólogos, pueden reconocer el nombre de Tyrannosaurus rex (dinosaurio depredador que vivió en el Cretácico), o el hombre en general reconocer su propia pertenencia a su especie: Homo sapiens (hombre sabio).

*Coordinador de la Unidad Multidisciplinaria de Docencia e Investigación de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Campus Juriquilla.

Twitter: @UNAM_Juriquilla

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