67 diputados del PRD y el PAN hicieron llegar en días pasados una queja al Defensor de las Audiencias de Canal Once por la “falta de pluralidad” que a su juicio exhiben los nuevos contenidos del canal, particularmente en el caso del programa La Maroma Estelar que he conducido hasta ahora.

En un lenguaje propio de la Santa Inquisición, el documento elaborado a instancias de la legisladora Laura Rojas, presidenta de la Comisión de Radio y Televisión, nos acusa de “falta de equilibrio y pudor” —sí, de pudor, leyó usted bien— por haber transmitido un programa en el que criticamos a los oligopolios mediáticos y a la comentocracia mayoritaria.

La intención de estos 67 enemigos de la libertad de expresión es muy clara: en nombre de la “pluralidad”, los mismos que acusan a este gobierno de tener tendencias autoritarias hoy pretenden suprimir las voces que les incomodan, a través de un recurso que creíamos en el basurero de la historia: la censura.

Dice el documento —con más bilis que razonamiento— que “buena parte de la programación del canal” se ha destinado a programas con personas “afines a la ideología de esta administración” y que eso “resta pluralidad” a los medios públicos.

El argumento es falaz porque lo que ha hecho el Once y otros medios públicos en estos meses es precisamente ampliar la pluralidad por medio de voces que antes no tenían un espacio. Dentro de las 168 horas que transmite el canal, La Maroma Estelar representa tan solo el 0.6%.

¿Por qué esos legisladores no le cuestionan a don Macario Schettino o a Ezra Shabot —también conductores del Once— si su programa es “equilibrado y objetivo”? ¿Se lo endilgan acaso a los participantes de Primer Plano, mayoritariamente críticos de López Obrador? ¿Lo cuestionaron en su momento a Ricardo Alemán, cuando también tenía un segmento en el canal del IPN?

Existe la falsa tesis de que en los canales públicos no se puede criticar a los opositores. A un sector de la sociedad le ha indignado que en ellos se incluyan parodias de personajes públicos o comentócratas con poder mediático. Puras telarañas en sus cabezas.

Por décadas se ha estigmatizado y hecho mofa del pobre, el indígena, el homosexual o el sujeto con discapacidad. Así ha sido desde el indio Tizoc o el indio Brayan hasta Carmelo o Paul Yester burlándose de los gays, pasando por el más reciente humor clasista de Brozo. Nunca repararon ante eso hasta que a alguien se le ocurrió parodiar a unos estudiantes privilegiados del ITAM o una comentócrata que representa la visión de los sectores acomodados incapaces de ver más allá de su condición. Eso bastó para hacerlos enardecer.

Señalan algunos que un programa con humor y sátira no puede hacerse desde un medio público. Ignoran que esto se hizo en México, con gran maestría, cuando existía Imevisión o que lo hace la propia BBC.

La confusión no podría ser más grande porque en realidad todo el espectro televisivo y radiofónico es público. Lo que hoy tienen Televisa o TV Azteca no es más que una concesión. La línea divisoria entre medios públicos y privados es aún más relativa, a juzgar por las ingentes sumas destinadas a los segundos a través de la publicidad oficial, si se compara con el raquítico presupuesto que se asigna al Once, al 22 o al Imer. Los contribuyentes hemos pagado por años sus parodias sin que los 67 enemigos de la libertad siquiera protesten.

Al final, las voces que defienden la “neutralidad” de los medios públicos quieren una cosa solemne, inocua y soporífera que termine por matarnos a todos de aburrimiento. Eso que dicen hacer en nombre de la defensa de los medios públicos los condenaría a la inanición. La esencia de la televisión siempre ha sido el entretenimiento. Quienes cuestionan que la televisión pública también sea capaz de entretener (al tiempo que se plantee objetivos de contenido social más ambiciosos) en el fondo quieren que estos espacios sean incapaces de competir con los medios privados para que sean estos últimos los que prevalezcan.

@HernanGomezB

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