Aunque fue advertido por el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, la severidad y velocidad que alcanzó el huracán Otis sorprendió a todos. La reacción gubernamental en las primeras horas y días se caracterizó por la improvisación e incompetencia.

López Obrador decidió ir a Acapulco para conocer directamente los daños; a pesar de conocer las condiciones del trayecto, le organizaron un traslado escenográfico por tierra, un verdadero absurdo dado que las fuerzas armadas disponen de numerosos helicópteros con alta tecnología, lo que le habría permitido un rápido traslado y contar con una panorámica real de la devastación ocasionada por el huracán; de hecho, regresó a la Ciudad de México en un helicóptero de la Armada.

El traslado por vía terrestre exhibió la ineptitud del personal que lo asiste, todos los medios recogieron y divulgaron la imagen de su vehículo —un transporte militar “todo terreno”—, atascado. Con humor ácido, alguien reprodujo la fotografía en la que aparece el presidente dentro de un vehículo hundido en el lodo mientras varios soldados intentan liberarlo, la rotuló así: “Se aplica el plan DN 3 para rescatar al Presidente.”

La atención a un desastre de las dimensiones del que experimentan Acapulco y otras poblaciones en la costa de Guerrero, reclamará de una gran capacidad de coordinación y gestión por parte de distintas dependencias federales, estatales y municipales; habrá que ver qué resultados da un personal de muy baja calidad, la titular de Protección Civil es historiadora del arte.

Al segundo día de la tragedia, durante la mañanera, el presidente regresó a sus obsesiones: presentó una gráfica que lo muestra como el segundo jefe de Estado con mayor aprobación del mundo y en los siguientes días ha mantenido sus mensajes de odio: llamó buitres a quienes reclaman la lenta respuesta de su gobierno.

Y mientras tanto, la tragedia convive con la anarquía y la rapiña: el asalto a los grandes almacenes de Acapulco y a las sucursales bancarias para —ante el pasmo de las autoridades— robar artículos “de primera necesidad”: pantallas gigantes, computadoras, motos, cajeros automáticos....

Por lo pronto, la gente de Acapulco y, sobre todo, los más pobres, enfrentan la muerte de sus seres queridos, la pérdida de su patrimonio y lo que viene no es menor: la pérdida del motor de su economía que es el turismo.

El comportamiento inédito del huracán, así como las sequías, las inundaciones y los terremotos, son la respuesta de la naturaleza a la quema de combustibles fósiles y otras formas de maltrato a la Tierra de una humanidad inconsciente. “Estamos cerca de destruir nuestra casa común”, advierte el embajador Miguel Ruiz Cabañas, pero la reconstrucción de Acapulco puede mostrarnos capaces de rectificar y parte de esa rectificación sería la transición hacia las energías limpias.

No es tiempo de regateos, todas las fuerzas políticas, económicas y sociales deben concurrir en el esfuerzo común de rescatar Acapulco. En esas tareas la participación y la solidaridad de la sociedad civil es indispensable.

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