Carmen Juárez, vendedora de las tradicionales figuras de Judas desde hace 35 años, dice que ya no se venden como antes, pues a partir de que las autoridades prohibieron ponerle explosivos, la gente perdió esta costumbre. “Ahora prefieren una tableta a un muñeco de cartón”, dice la mujer, mientras ultima los detalles de una pieza que elabora en su puesto en el jardín Guerrero.

En este lugar se instalan varios vendedores de Judas. Los hay de diferentes formas. El clásico diablo bigotón, el charro, la muñeca, o tan novedosos como una mascota del equipo de futbol de Las Chivas.

Las advertencias de “no fumar” revelan ahí hay materiales peligrosos. En todos los puestos hay un advertencia de este tipo y un extinguidor. De hecho, Carmen trabaja con un extinguidor a menos de un metro de distancia de ella.

La mujer, originaria y radicada en Celaya, Guanajuato, coloca a los muñecos su cinturón de fuegos artificiales, que ahora son sólo luces. “Ya no truenan, y a mucha gente ya no le gusta eso”, dice la mujer.

Señala que desde hace unos ocho años prohibieron ponerles “trueno, [ahora sólo tienen] giro y luz. Ya sólo es como la luz del castillo”, dice.

Indica que estos muñecos están elaborados de papel maché, papel con engrudo, para dar forma a los diferentes piezas que ofrecen a los clientes que se acercan a preguntar los precios de las diferentes.

Las hay de diferentes tamaños y formas. Desde los pequeños charros y muñecas, hasta piezas más grandes, con las mismas figuras, pero de mayores dimensiones. Un posible comprador se acerca. Pregunta los precios y se retira. No se anima a comprar, se marcha rumbo a otro puesto.

Junto con los Judas se venden otros productos en los puestos cercanos. Hay jarritos con jugo de naranja y refresco. Puestos de dulces típicos y juguetes. Es un pequeño mercado.

Carmen explica que ya se está perdiendo la tradición. Ríe al tiempo que dice que ahora las nuevas generaciones prefieren un celular o una tableta a un muñeco de cartón. “La tecnología no está quitando todo eso”, afirma Carmen, mientras coloca hábilmente alrededor de la figura de un charro un cinto de palma con dos cohetes.

Poca gente se acerca a los puestos. Apenas unos cuantos interesados que, atraídos por el colorido y, tal vez por los recuerdos de la niñez, ven con nostalgia las figuras que se queman tradicionalmente en Pascua para erradicar la figura del traidor y de todos quienes tengan una figura aborrecible ante la sociedad.

Una adolescente se acerca con Carmen. Es casi la hora de la comida y hay que ordenar algo de alimento. La mujer saca unos billetes de una bolsa y se los da a la joven. Regresa a su trabajo de colocar la pirotecnia a la cintura de la infortunada figura que, si es comprada, volará por los aires en mil pedazos, como una forma de terminar con los traidores.

Otro cliente se acerca a ver las artesanías mexicanas. Carmen dice que las hacen en Celaya, donde su esposo, de origen queretano, tiene su taller.

“Ya no le conviene a la gente comprar un mono que no truena. Ya no es lo mismo que antes. Ya no tiene chiste que sólo eche chispas, que tenga pura luz y no exploten”, señala.

Dice que antes vendían unas tres gruesas de figuras, ahora sólo venden una. Una gruesa está conformada por 144 piezas. Las ventas han disminuido considerablemente, señala la comerciante.

Agrega que la prohibición para usar pirotecnia explosiva data de hace ocho años. “Muchos quieren que sean como antes —recalca—, que exploten, pero por la normatividad no se pueden hacer de la misma manera”.

Carmen recuerda que en su niñez la quema de Judas era muy bonita, pues los muñecos hacían ruido y explotaban, cuando se quemaba al traidor a Cristo, cuando se hacía explotar a quien había vendido al maestro por 30 monedas de oro.

“Los colgábamos y giraban como los castillos. Era bien bonito, pero ahora ya no es lo mismo”, señala.

Precisa que es la gente de más edad, los adultos mayores, quienes quieren inculcar esta tradición a los más chicos, pero los menores no quieren preservarla, prefieren otra cosa que salir a la calle a quemar un muñeco de cartón.

“Ellos [los mayores] les platican como quemaban los muñecos de cartón, o como les compraban una muñeca, como si fueran reyes. Las compran sólo como si fuera un recuerdo”, enfatiza.

Carmen vuelve a su labor. Toma un diablito y le pone su pirotecnia luminosa, espera un comprador, principalmente joven, para que la costumbre de terminar quemando al traidor se conserve por muchos años más.

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