La mayoría de las personas que buscan desaparecidos son mujeres: madres, abuelas o hermanas que dejan de lado la vida cotidiana para incluir una tarea extraordinaria y sumamente dolorosa, la búsqueda de sus seres queridos.

Para Yadira, el buscar a su hermano es acto de egoísmo, porque la desaparición de su hermano socavó la salud de su madre. Entonces, para tenerla más tiempo con ella en su compañía, Yadira decidió que sería ella quien evitaría que su mamá se pusiera en riesgo destacando que “amo a mi hermano, pero el amor que tengo por mi mamá y mi papá es más grande”.

“Las locas que gritan”

“El día que cumplí 40 años fue impactante porque llegué a este año con una forma de vida, con todo planeado y me di cuenta de que no tengo nada de eso. Este es otro tipo de pérdida, un daño colateral”, señala.

Por ahora, ella y su familia han tenido que adaptarse a esta responsabilidad que tienen encima. Otras familias, explica, tendrían problemas distintos, más naturales y cotidianos de una familia normal. Problemas importantes, sí, pero que para ellos son manejables en comparación con los “monstruos gigantes” que tiene que enfrentar.

“He tratado de tener a cierto grupo de mi familia aislado del tema. Me acompañan y ayudan, son quienes hacen fichas y mueven redes sociales. Les agradezco, pero he tratado de mantenerlos al margen. Lo comprenden, pero ha habido el reclamo de ‘bueno, tú buscas a tu hermano, ¿y yo dónde busco a mi mamá?’”, relata

Todas las víctimas, señala Yadira, confían en un inicio en las autoridades. Sin embargo, al pasar los años y darse cuenta de que las investigaciones no avanzan, han creado grupos de apoyo, de escucha y donde se comparten las experiencias. Por lo que decidió fundar Desaparecidos Querétaro, un grupo que comenzó con tres familias y hoy representa a 40.

El país ha dado un giro de insensibilidad cultural que nunca se había visto, considera Yadira. La exaltación de la violencia y la apatía con respecto al dolor de los demás está presente entre los más jóvenes y, aunque en general hay empatía en su causa, el hecho del desdén de la clase política le hace pensar que, pese a que llegue una mujer Presidenta, nada cambiará.

Para Yadira, el hecho de que la mayoría de quienes comienzan las búsquedas sean mujeres, tiene que ver con el rol social que de por sí se les da, puesto que las madres son los pilares de la familia mexicana como la conocemos.

“Seguimos viviendo con la frase de ‘bueno, pero a mí no me va a pasar’. La realidad es que el monstruo de la desaparición no se mata cerrando la puerta”, lamenta la activista.

“Lo he preguntado muchas veces a psicólogos y antropólogos sociales, ¿por qué esta dinámica de que sean las mujeres buscadoras? Es una cuestión de cultura. Las madres somos protectoras y el pilar de una sociedad; quienes buscan unir a las familias”, recalcó.

Sin embargo, también agrega otro factor que ha identificado, que los hombres no hablan de sus sentimientos.

“No están acostumbrados a expresar sus emociones y es más fácil para ellos ocultar sus sentimientos enfocándose en un trabajo. Y también la sociedad ya está acostumbrada a que las mujeres somos las que más se manifiestan, que rayan y gritan; y para los hombres es raro, pocos hombres se lo permiten”, explica.

Como menciona Yadira, no existe terapia probada para atender a las personas con familias desaparecidas. La tanatología no sirve, porque en teoría aún no saben si están fallecidos; la única terapia posible es la que se dan unas a otras.

“Se nota cuando a las mamás les pasa eso por la mente y regresa la tristeza a sus miradas. Se flagelan pensado en que no se merecen tener esa felicidad porque sus hijos o hijas no están; y la contención que tenemos con ellas es ‘no lo pienses, come por él, vive por él y mándale las bendiciones’. Locas estamos, estamos locas con amor y lo aceptamos con dignidad”, describe.

Por ello, el colectivo Desaparecidos Querétaro nació, para dar un grupo de apoyo que después se convirtió en una fuerza de empuje y de búsqueda activa, pasando de las reuniones para llorar, a encontrar una fosa clandestina entre los cerros de Santa Bárbara La Cueva, San Juan del Río, donde se halló hace dos semanas a José Luis, de 40 años, desaparecido en ese municipio hace 12 meses y encontrado amarrado y enterrado boca abajo.

Este grupo, explica, comparte el dolor de la búsqueda pero ya no sólo de su familiar, sino de los más de 114 mil seres humanos desaparecidos en todo el país, según el gobierno federal, 300 en Querétaro; aunque estas cifras son muy dispares, Yadira considera que “así fuera un desaparecido, todo el país debería estar indignado y volcado a buscarlo”.

El trauma de desalojo en Querétaro

En octubre de 2023, el colectivo de Yadira se unió a la Jornada Nacional de Búsqueda que recorrió varios estados. Su intención era acudir a los penales y a los Servicios Médicos Forenses para analizar los datos de reos y de cuerpos no identificados. Dado que no se respondieron sus oficios, iniciaron un plantón frente a la Fiscalía estatal.

Está manifestación, en la que había cerca de 40 mujeres, personas de la tercera edad y hasta niños, fue disuelta por al menos 100 elementos de la FGE. Una acción de represión que, explica Yadira, no había ocurrido en ningún otra parte de país.

Como recordó, en general las familias de las personas desaparecidas suelen ser diagnosticadas con cáncer, diabetes hipertensión. A lo que se suma el dolor físico de recorrer los campos y hasta de ser agredidos como sucedió el año pasado.

Yadira González Hernández busca a su hermano desde hace 15 años, cuando dejó de contestar el teléfono tras prometer que iría a recoger a sus hijos. Juan, transportista de profesión, solía viajar seguido, pero jamás sin decir dónde iba a estar o reportándose con frecuencia.

“Como a los dos años mi mamá es violentada dentro de la Fiscalía, física y verbalmente, diciéndole que mi hermano era un delincuente y que ella no tendría que estar pidiendo que sea buscado. Lo cual es falso, y si así fuera, su obligación es encontrarlo y juzgarlo, no por ello no buscarlo”, dijo.

A ello, se le suman los daños colaterales que van desde el sentirse en riesgo, perseguidas y vigiladas, hasta la imposibilidad de ir a un día de campo sin la necesidad de tener los ojos en el suelo. Al miedo de ser reprimidas se les suma la imposibilidad de disfrutar.


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