Los guardias armados en la entrada de la tradicional fiesta del pueblo denominada Vela Biadxi/Vela de los Ciruelos en el barrio de Cheguigo de Juchitán, en el sur de Oaxaca, pararon en seco a las mujeres que no portaban las vestimentas (enagua y huipil) originales, elaboradas con textiles zapotecas. La orden de los organizadores era no dejarlas pasar, contravenían las reglas; no entran con estampados chinos.

Prohibido la entrada de personas que no respeten las siguiente indicaciones: Hombre vestido de mujer, mujer vestido de hombre, vestido de corset, traje estilizado y estampado chino”, reza otra invitación, mucho más drástica, la de la Vela San Vicente Ferrer, celebración dedicada al santo patrono de la ciudad, ordenanza que fue tachada por defensoras de derechos humanos de la región como transfóbica y discriminatoria.

Los integrantes de las sociedades de las velas, encargados de establecer las reglas para el buen desarrollo de las celebraciones en Juchitán durante mayo, dedicadas a santos y oficios, determinaron que era necesario y urgente frenar la venta masiva de las telas estampadas con reproducciones de los textiles; bordados y cadenillas, las dos variaciones en la vestimenta de las mujeres zapotecas que tanta fama le ha dado a Oaxaca.

Esta decisión se dio a raíz de que en toda la región, pero sobre todo en Juchitán, se disparó la venta y compra de telas estampadas o impresas elaboradas por empresas de Guadalajara, Oaxaca y hasta chinas, las cuales se utilizan para confeccionar los trajes tradicionales, causando controversia al grado de prohibirlas por considerarlas un saqueo al patrimonio textil y para preservas las “tradiciones y costumbres”.

“Vemos con preocupación que se reproducen nuestros bordados por empresas de manera masiva y nadie hace ni dice nada, no se pone un alto a este saqueo de nuestro textil. No se ve pero esto le está quitando el trabajo a nuestras artesanas, porque se vende a muy bajo precio, por eso se decidió hacer algo; prohibir la entrada, pero además sirve de que así se conserva la tradición y el ritual”, argumentó Yolanda Ulloa, mayordomo de la Vela San Vicente Ferrer.

La empresa mexicana  Modatelas comercializa con telas estampadas de manera masiva copiando el textil zapoteca de manera directa y ofertándolo tanto en Oaxaca como en Chiapas hasta por 39 pesos el metro, dependiendo de la tela aumenta el precio, pero no rebasan los 100 pesos, lo que atrajo como consecuencia la alta demanda entre las zapotecas.

“Yo la verdad me compré dos trajes con estampado y me salió a 500 pesos cada uno, mil veces más barato que las originales que, los más sencillos, cuestan 3 mil pesos y los más caros hasta 15 mil. Claro, es una copia, pero da el gatazo y para estrenar, pues las estampadas, aunque a las velas no las llevo porque no me dejarán entrar; las uso en fiestas sencillas”, confesó Jazmín Guzmán, comerciante de Juchitán.

En la región del Istmo de Tehuantepec los trajes tradicionales bordados de flores van desde 10 mil pesos hasta los 25 mil pesos, mientras que las cadenillas se ofertan  desde 3 mil  pesos hasta 15 mil; los trajes pintados van desde 2 mil 500 a los 5 mil pesos, todos elaborados a mano  en un lapso de un mes a tres meses, dependiendo de lo elaborado de los diseños.

Las Sanjuaneras

El pueblo mixe de San Juan Guichicovi, ubicado en  la zona norte del Istmo,  posee un poco más de 14 mil mujeres, más de la mitad del total de habitantes, que de acuerdo a la Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 75% están en pobreza moderada y pobreza extrema, por lo que no es extraño que 90% de ellas se dediquen completamente a producción de la vestimenta istmeña.

Las Sanjuaneras, como son conocidas las mujeres mixes en el resto de la región, acaparan 80% de los mercados regionales, sobre todo de Juchitán, Tehuantepec y Matías Romero, con sus textiles, tanto tradicionales como modernos, desplazando a las juchitecas y las artesanas de San Blas, Santa Rosa de Lima, Chicapa de Castro y Unión Hidalgo, en mucho por la cantidad, variedad  y el bajo precio.

En San Juan Guichicovi existe la tradición del textil  desde la época prehispánica, con los huipiles de telar en colores rojo y morado, los conocidos como enredos, ahora en franca desaparición.

También producían los ceñidores para hombres y listones. Los ceñidores al final llevaban bordados, mientras que los listones las cortaban de lienzos de tres metros y las plisaban, estos desaparecieron con los listones industriales de Guatemala y  China.

Las Sanjuaneras siempre surtieron a los pueblos con sus textiles, pero en pequeña escala, pero desde hace tres décadas el gobierno federal empezó a financiar a las mujeres, primero a través de Instituto Nacional Indigenista (INI) que luego se convirtió en la Comisión Nacional para el Desarrollo de Pueblos Indígenas (CDI).

Para Edilma Ordoñez de León, de 70 años,  la mayor competencia son las telas estampadas, que este año comenzaron a introducir algunas costureras y elaboran blusas con ellas, por lo que se teme un desplazamiento de las tejedoras.

“En este pueblo todas las mujeres nos dedicamos a tejer, hasta los hombres, es una actividad económica, ahora la llegada de los estampados va a pegar duro a las artesanas, por eso pedimos que esto pare, que es un daño a la  producción, es un daño al pueblo”, expuso preocupada la anciana.

 El patrimonio

El Baúl de Victoria es el nombre que lleva la boutique que fundó hace apenas un año la socióloga de Ixtaltepec  Victoria Guzmán Cabrera, de 29 años, y desde hace cuatro comenzó un proyecto de rescate del textil de cadenilla antiguo, llevándola a crear una tienda virtual y física con la reproducción de modelos ya casi extintos.

Después de ver que los modelos se extinguen y las artesanas que elaboran cadenillas igual, Victoria propone que este textil de las zapotecas sea  nombrado  patrimonio, como lo es la lengua, emprender una campaña para su rescate y valoración, además de impulsar a nuevas artesanas exclusivas para elaborar los modelos antiguos.

Para la poeta y diseñadora textil Natalia Toledo lo que muestra un traje es la belleza, el tiempo, la comunión con las manos de las tejedoras, la comunión con las mujeres que las  anteceden cuando  heredan lo más valioso que tienen.

“Lo que hace una tienda que imprime rollos y rollos es el comercio sin sentido. Los trajes son  trabajos  comunitarios y no hay un autor, no existe la firma. La firma siempre es la calidad y lo que venden las tiendas son horribles. A veces pienso que hay familias que no tienen suficiente dinero para comprase un traje original y sólo les alcanza para comprar algo impreso, eso también es válido. Así como no todas tenemos oro y usamos joyas falsas, los tiempos cambian y de aquella abundancia queda poco”, argumentó.

Para Toledo los estampados no van a desplazar el trabajo de las tejedoras porque no tienen nada que ver con la calidad y belleza de los trajes tradicionales y las istmeñas lo saben.

El artista plástico y también diseñador, Soid Pastrana, considera que la innovación y los cambios en el traje regional lleva  años y han sobrevivido, modas se irán y otras llegarán. El trabajo hecho a mano siempre tendrá su valor.

“No hay tal saqueo de textil, realizar un traje es costoso y lleva su tiempo, es un proceso de tiempo y sobre todo, dinero. Por eso, estás alternativas de estampados, no son más que una opción para un sector que no puede pagar un trabajo de tejido o bordado. Y eso se convierte al final en un producto desechable con tres puestas, o menos, se va al desecho”, dice.

Para el pintor la diferencia de un tejido o bordado original de las artesanas durará toda la vida, tendrá un valor económico, un valor emocional, un valor especial que a la larga se convertirá en una herencia para las hijas, que se cuidará y se sacará del baúl sólo para las fiestas titulares como lo hacían las  abuelas zapotecas.

La historia

“El vestido de las tehuanas es uno de los mayores atractivos del país; es tan pintoresco y encantador, elegante y fascinante, que aviva el llanto y árido panorama con brillantes tonalidades de color y con siluetas joviales y agraciadas. Hace que toda mujer zapoteca se convierta en una reina, en una imagen traída de Egipto, Creta, India o de un campo de gitanos”, así describió Miguel Covarrubias a las zapotecas y su vestir en 1946 en el libro El Sur de México, la primera obra de corte antropológico que daba detalles de la evolución de la vestimenta istmeña.

Detallista en sus descripciones y dibujos, Covarrubias deja constancia de 14 diseños de cadenillas que se utilizaban en los años 20 y 30, todas relacionadas con las figuras geométricas prehispánicas de los zapotecas, también explica que en esos años el material de los huipiles y la enaguas provenían de Inglaterra, especialmente de las fabricas de Manchester y Asia.

“Estaban hechos especialmente para venderse en el Istmo de Tehantepec y en ningún otro sitio”, detalla sobre las telas de Inglaterra.

Para principios del siglo XX, la vestimenta había pasado del enredo plisado, ceñidor y un huipil sencillo y corto, como lo muestran  dibujos, fotografías y  grabados de  artistas como  Linatti,  Antonio García Cubas y  Frederik Starr.

Esta evolución se da a lo largo del siglo XIX con la llegada de los buques al  puerto de Salina Cruz que traían  telas  estampadas, holanes de organdí europeos, acompañados de  las monedas  de oro de 5, 10 y 20  dólares, guineas inglesas y monedas de Guatemala, piezas metálicas  que fueron  adaptadas en la joyería de las zapotecas, dando luminosidad y estatus  a las prendas.

De acuerdo a algunos historiadores, como el investigador Víctor Cata, la voz huipil es un término náhuatl que se refiere a la prenda que cubre el torso de las indígenas mexicanas, resaltando que  Juan de Córdova en su Vocabulario castellano-zapoteco del siglo XVI  dice que esta vestimenta fue usada por las zapotecas y la llamó “camisa de mujer india”.

El escritor también refiere que el Códice Vaticano Ríos advierte que el huipil de las mujeres zapotecas en la época prehispánica era una obra galana de vivos colores. “La  tela  solía ser de algodón, seda silvestre y henequén”, dice.

Aún se desconoce  cómo era esta prenda en la época colonial; el siglo XIX la sorprendió corta.

“A finales de ese siglo el huipil comenzó a sufrir una transformación en su forma y en su fondo debido a dos factores: uno de ellos fue cuando Inglaterra introdujo telas estampadas más baratas procedentes de Europa y de Asia por Belice. Esto colapsó la elaboración de las prendas femeninas en el telar de cintura”, explica el historiador zapoteca.

Hoy, en plena era de la tecnología y la globalización, la vestimenta de la mujer istmeña sigue evolucionando, modificándose según la moda, la tecnología, las relaciones sociales, pero conservando lo principal: el ritual y la tradición.

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