Si bien Paul laboraba en la Secretaría de Salud, su sueldo no le rendía porque le gustaban los lujos y ser espléndida lo mismo con sus familiares que con amigos. En 1968 decidió sacar dinero extra en la prostitución. Así que, para cuidar su imagen de hombre en el trabajo, a escondidas se arreglaba de mujer y discretamente contactaba a clientes deambulando en ciertas calles, restaurantes y bares.

Gradualmente fue mostrando su inclinación sexual en la secretaría: movimientos afeminados, maquillaje, ropa pegada, implantes de senos, inyección de nalgas. No obstante, recibía ofensas, la hacían trabajar más y le pagaban menos. Aguantó hasta jubilarse porque sabía que en los empleos difícilmente aceptan transexuales, quienes, entonces, encuentran una salida en la prostitución.

Aunque ella no tiene enfermedades de transmisión sexual, entre sus compañeras sexoservidoras sí son comunes y, quienes sufren VIH, suelen ocultarlo por temor al rechazo. Afirma que en clínicas públicas hay programas para atenderlas de estos padecimientos, pero la mayoría les exige el documento de nueva identidad jurídica que, debido a trabas burocráticas, legislativas o económicas, pocas tramitan. Por eso acuden a la Clínica Especializada Condesa.

Paul ha enfrentado numerosos peligros en el trabajo sexual. Uno de los que recuerda fue cuando, en un hotel, un cliente quería robarle su dinero. Y como no se dejó, el sujeto sacó una pistola y le disparó en una pierna. No denunció porque, una ocasión anterior que lo hizo, las autoridades dieron preferencia al agresor.

Asegura que las sexoservidoras, incluyéndose, deben dar una cuota a las madrotas, quienes, a su vez, pagan a policías para que las dejen laborar. Igual es común que autoridades les pidan sexo a cambio de no molestarlas.

También explica que no únicamente hay transexuales sexoservidoras provenientes de diversos estados de la República, sino inmigrantes de varios países que, al ser indocumentadas, reciben extorsiones de policías. Llegan porque, en el DF, hallan trabajo y sitios para practicarse intervenciones corporales.

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Itzel y yo llegamos con Paul, quien aún está en su palapa. No nos pasa a su casa porque, dice, no quiere que veamos las condiciones precarias en que vive. En cambio, saca sillas y nos sentamos junto a ella. Luego de tomarse el suero y medicamentos que le compramos, me pide que encienda la grabadora de voz para nuestra charla:

—¿De qué forma se vivía en México la represión contra la comunidad transexual en épocas anteriores? —.

—Era horrible, señala Paul. La mayor represión la vivimos durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. En ese tiempo si la policía nos veía vestidas de mujer nos llevaba 15 días a la delegación, golpeaba y, a algunas, violaba. Ahora tenemos un poco más de libertad.

—¿En la prostitución son comunes las adultas mayores transexuales?

—No, se mueren antes de soledad, hambre o, al no tener para sus medicinas, enfermedades. A las que quedamos no nos hallan tan fácil porque nos enclaustramos. A mí sólo se me ve cuando voy a los bares.

—¿Enfrentan exclusión?

—Sí, en calles o bares difícilmente puedes trabajar porque las madrotas no te aceptan. Además, las compañeras nos dicen: “Debes estar tejiendo, chula, vete”. Hasta en la Iglesia las mismas personas de edad avanzada nos discriminan.

—¿Les resulta complicado obtener ingresos?

—Muchísimo. No es sencillo conseguir clientes y, cuando los hay, te quieren dar 30 pesos por un servicio.

—¿Y por qué, desde jóvenes, pocas suelen planear una vejez digna?

—Porque se vive muy aceleradamente, preocupándose sólo por el momento. Pese a todo, mi sufrimiento no se compara con el de otras incluso de menor edad.

—Al no tener, en su mayoría, pareja e hijos, ¿quién las cuida al llegar a la ancianidad?

—Una misma. Vivimos olvido, aislamiento. Cuando me enfermo nadie me cuida. No tengo apoyo de mi familia. Pero como crecí a otras chicas, a veces, aunque no me den dinero ni despensa, ellas me invitan a comer.

Antes de oprimir el botón de stop a la grabadora, lanzo una última pregunta:

—¿En los asilos es fácil que las acepten?

—No, para ellos somos un bicho raro. Y en México no hay asilos destinados a transexuales porque estamos en un mundo de ignorantes y prejuiciosos.

***

“Este rosario te lo ofrecemos a ti, Santísima Muerte, que con tu guadaña nos proteges”, rezan, al unísono, varias personas afuera de la casa de Itzel, quien, devotamente, sigue el ritual al pie de la letra. La celebración es por el séptimo aniversario del nicho a la también llamada Niña Blanca que está en la banqueta.

Son las 19 horas del sábado.

Los asistentes se hallan congregados en una carpa donde hay mesas y sillas para ellos. Quienes van llegando se detienen frente al nicho, se persignan y dejan flores. Todos cargan cuadros o esculturas de la Santa Muerte. Asimismo, traen pan, pasteles, dulces, oraciones o dijes que regalan a los demás.

Entre los presentes figuran familiares de la dueña de la casa, vecinos y miembros de Alcohólicos Anónimos, así como conductores de mototaxis, microbuses, combis y taxis. Y aunque muchas no vinieron por irse al trabajo, las amigas transexuales sexoservidoras de Itzel están reunidas cerca del nicho.

Al final de la ceremonia, dan de comer carnitas. Pasada una hora, el Sonido Armonía enciende luces estroboscópicas, activa pistolas de humo y pone a bailar a los invitados al ritmo de salsa, banda, rock urbano, reggaetón. La mayoría bebe cerveza y, unos cuantos, inhalan PVC o fuman mariguana.

De pronto, suena Pokerface y Zuleima aparece en la pista imitando a Lady Gaga. Nadie cuenta con que está alcoholizada y quiere llevar su papel al extremo. Así que a tres hombres les quita sus cervezas y, luego de rociar de líquido a los espectadores, arroja las botellas por los aires. Los vidrios botan de un lado a otro. Varios sonríen divertidos, pero hay familias que, molestas, se van.

Ahora es el turno de Yulitzy: transexual sexoservidora de calzada de Tlalpan que, enfundada en un bodystocking transparente, imita a Maribel Guardia. Se mueve al compas de Camarón pelao. Algunos sujetos que no vienen con novia o esposa, le chiflan y la recorren desde los pechos hasta las nalgas. No falta quienes, entusiasmados, la graban con celular o piden una foto junto a ella.

Itzel y sus amigas lucen felices: cantan, conversan, ríen, beben, bailan. No hay duda, querido lector: la noche aún será larga.

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