En griego, metanoia significa cambiar de mentalidad. El precursor Juan el Bautista llama amenazadoramente a convertirse, a cambiar de mentalidad al pueblo judío. Jesús de Nazareth, invita a todos los hombres a que cambien sus criterios y actitudes y se reorienten hacia la Buena Nueva.
En esta visita a México, el padre Francisco se hace eco de esa Buena Noticia y señala que hay que cambiar de mentalidad, hay que cambiar los patrones de conducta que no concuerdan con el mensaje de Jesús, que hacen prevalecer el bien particular y se olvidan del bien común, que ponen por encima de todo el poder y la riqueza.
Han pasado muchos siglos y persiste la palabra cambiar. Cambiar. ¿Por qué es tan difícil cambiar?. Cambiar me dice que donde me encuentro es el lugar equivocado. No me gusta que me digan que estoy equivocado. Cambiar me hace salir del nicho donde me he establecido, donde me he acomodado. Salir es incómodo. Cambiar me hace aventurarme a algo nuevo y desconocido. Esto atenta contra mi seguridad y me pone en riesgo.
A todos los hombres les cuesta cambiar, se pone en peligro la vida; en la realidad, sólo es muestra de la fragilidad del ser humano. Cambiar es un problema existencial, que se agudiza en aquellos que se encuentran muy acomodados y protegidos al calor de sus bienes, de su prestigio, de su poder. También la edad nos hace cobijarnos en ese nicho de seguridades fatuas.
Es natural que los jóvenes estén dispuestos a aventurarse a lo desconocido, pero no cuentan con la experiencia de los ‘instalados’ que alcanzaron el éxito, y apenas logrados ciertas metas, ciertas seguridades, ciertos beneficios, quedan atrapados en su nicho de confort. En resumen podemos asentar que cambiar es un riesgo. ¿Por qué no correr el riesgo? La respuesta es sencilla, pero la cubrimos con justificaciones y explicaciones, a veces muy sesudas. La respuesta es que se tiene miedo. Miedo a perder lo logrado, miedo a no ser tenido en cuenta, miedo a perder dominio sobre otros, miedo a quedar relegado, miedo...
La Buena Nueva no nos habla de religión, sino que nos invita a que descubramos cual es nuestra verdadera vocación como seres humanos. En días pasados el padre Francisco habló en Palacio Nacional ante nuestras autoridades y no habló de religión. Sus palabras sólo nos dijeron que debíamos ser plenamente humanos.
Construir el poder y la riqueza atropellando el derecho de los otros no sólo crea desigualdades, sino que frena el desarrollo del país. Espero no molestar a jacobinismos trasnochados, pero pienso que Benito Juárez, defensor del derecho de todos como fuente de paz, hubiera suscrito las palabras pronunciadas por el padre Francisco.
Igualmente el discurso pronunciado en Catedral ante la jerarquía católica, el padre Francisco llama a dejar la Iglesia referenciada, cómoda, tranquila, encerrada. Desde el documento de Aparecida y nuevamente, hace dos años, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium se nos habla de una Iglesia en salida, de una Iglesia hospital de campaña. . . . ¡Qué difícil dejar los cotos de poder! ¡Qué arriesgado privilegiar el servicio al pueblo sobre el sacerdocio ministerial!
A todo el pueblo exhorta a liberarse del amor desmedido por el tener, por ser mejor que los demás, por el dominio sobre los otros, mis iguales, y cristianamente, hermanos.
No queda más que cambiar. Cambiar de mentalidad y arriesgarnos. No ser víctimas del miedo.