Jorge Diego Arévalo ha trabajado en restaurantes de Alemania y Estados Unidos. Pese a su experiencia en el sector gastronómico, a sus 61 años no tiene empleo.

La mañana de este miércoles se levantó muy temprano para llegar a tiempo a una feria que vio anunciada en el periódico y que le llamó mucho la atención porque leyó que iba dirigida a las personas con discapacidad y a los adultos mayores. Decidió viajar de Celaya a la capital queretana en busca de empleo.

Hace poco más de mes y medio Jorge regresó a México. Fue deportado por las autoridades migratorias de Estados Unidos.

En 2003 llegó a McAllen, Texas, donde trabajó en varios restaurantes, unos de comida mexicana, otros de comida internacional y el más reciente, en el que trabajaba hasta hace mes y medio, especializado en mariscos.

Una tarde, una vez terminada su jornada laboral, salió del restaurante y la policía migratoria ya lo estaba esperando. Se limitaron a comprobar su identidad, a pedirle su permiso de residencia y de trabajo y al no tenerlos, le leyeron sus derechos, los esposaron y lo llevaron al centro de detención de esa ciudad texana para preparar su deportación.

“No fue redada, estoy seguro que alguien me denunció. Los de la Border Patrol sabían mi nombre, me pidieron papeles y como no tenía, inmediatamente después me esposaron, me subieron a la camioneta y me llevaron al centro de detención, me tomaron huellas y me mandaron para México”.

En sus planes inmediatos no estaba regresar. “No había arreglado mis papeles, y como estás trabajando bien, uno se llena de confianza y pues no tienes por qué estar cuidándote”, dice Jorge con ese acento que delata que vivió muchos años en Estados Unidos.

En el traslado al centro de detención de McAllen y en su trayecto a México miles de pensamientos golpeaban su cabeza. Parecía una pesadilla. Las preguntas fueron inevitables ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Me regresaré a Estados Unidos? ¿Dónde consigo dinero para el pollero? ¿Encontraré trabajo en México? “Sientes que se te acaba el mundo porque piensas en tu familia, en que ya no les vas a mandar dinero y más con la situación que hay ahora en el país”, lamenta.

Lo dejaron en Reynosa, Tamaulipas, sin nada, más que con sus propios miedos. “Los cabrones me dijeron ‘¡Ahí me saludas a Peña Nieto!’”. Pensó cruzar nuevamente, pero “la frontera es muy peligrosa ahora”. No sólo están los delincuentes comunes. Está la “maña” —grupos delictivos que operan en la frontera—, están los sicarios de los cárteles y de todos ellos hay que cuidarse.

Una vez en México, habló con su esposa vía telefónica. Por el peligro, ella le recomendó que no intentara cruzar. Le envío dinero y compró su billete de regresó a Celaya.

Cuenta que tenía 20 años cuando empezó a trabajar en barcos cargueros y después en cruceros. Eso le dio la posibilidad de conocer muchas partes del mundo.

Incluso, a mediados de los años 80, un empresario mexicano radicado en Alemania le propuso administrar un restaurante de comida mexicana, algo que aceptó. “El barco en el que trabajaba llegó hasta Hamburgo. Al bajar quise comer algo mexicano y me encontré con un restaurante. El dueño era paisano y empezamos a platicar de varias cosas.

“Me preguntó si sabía cocinar comida típica de aquí y le dije que sí. Me propuso que le ayudara en su restaurante. me comentó que iba a abrir otras sucursales. Me convenció y me quedé cinco años allá”, dice.

El permiso de trabajo se venció; el gobierno alemán no le dio posibilidades de renovarlo, por lo que se regresó a México durante unos años para emprender una nueva aventura laboral, ahora en Estados Unidos.

McAllen se había convertido en su casa, en la ciudad que le permitía trabajar en lo que le gusta, pero todo cambio hace mes y medio.

Jorge asegura que no se siente bien en México, de hecho, siente decepción al ver que no hay oportunidades laborales para las personas de la tercera edad, algo que no pasa en Estados Unidos, “donde valoran tu conocimiento y experiencia”.

Esta mañana Jorge llegó a la feria del empleo con la esperanza de conseguir trabajo, sin embargo, nada le convenció. “Todo está muy mal pagado”, afirma.

Ahora lo tiene claro. Aún se siente con fuerzas y tiene experiencia. Regresará a Celaya, al lado de su esposa e intentará iniciar su propio negocio de comida. “Creo que no merezco esta situación. Ahora buscaré una ayuda y me pondré a vender comida afuera de algún lugar de oficinas, espero me vaya bien”.

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