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En 1950, doña Virginia Ugalde La India decidió constituir una cantina en San Juan del Río, época donde abrir este tipo de establecimientos adquirió tal popularidad como operar una tienda de abarrotes. El establecimiento obtuvo por nombre el mote de su propietaria y fue de los primeros en contar con un salón alterno para recibir a las mujeres, en aquellos años donde no se permitía el acceso de las damas a estos bares.
La barra de la cantina ha sido por muchos años el confesionario de ingenieros, abogados, doctores, estudiantes y políticos, todos alguna vez han tomado una bebida aquí, según comenta el actual propietario, José Gonzaga Barrón, quien representa la tercera generación de administradores, desde la muerte de su abuela doña Virginia.
“Aquí los cantineros somos confidentes, asesores y moderadores en diversas circunstancias, a esta cantina han entrado prominentes empresarios, doctores, abogados y reconocidos políticos, de antaño y del periodo actual de gobierno”, asegura.
Ubicada en la calle Mina, La India se ha consolidado como una de las cantinas más antiguas y populares del municipio; conserva la tradicional decoración de azulejos en sus paredes, aunque la barra ha sido renovada, pues la original se deterioró con el tiempo.
En sus inicios, el establecimiento fue lugar obligado a visitar por campesinos que acudían al pueblo a ofrecer sus productos o concretar negocios; el pulque, el tequila y la cerveza eran los licores de primera elección, pero con el paso de los años la “bebida de los dioses” dejó de ofrecerse.
“Cambiaron los clientes, aunque aquí entran personas de todos los estratos sociales, poco a poco dejó de venir la gente del campo y llegaron los hombres de negocios, dejaron de pedirnos el pulque y se tuvo que retirar de la barra y los campesinos se han quedado en sus comunidades”, indica.
En San Juan del Río, La India es el primer punto por elección para sobrellevar la resaca de una noche de copas; a las nueve de la mañana este negocio abre sus puertas y transcurren pocos minutos para que algún consumidor ingrese, se acerque a la barra y pida una bebida para aliviar “la cruda”.
Es un punto de reunión de amigos, de consuelo para doloridos del corazón o de expresión de solitarios que disfrutan una amena plática con el cantinero; sus discretos propietarios también han sido testigos de millonarias negociaciones comerciales, industriales y numerosos acuerdos políticos.
San Juan del Río conserva en sus calles cerca de siete cantinas inauguradas en la misma época que La India.
Actualmente, la barra del negocio exhibe botellas de bebidas nacionales e internacionales, pero es la cerveza, el tequila, el ron y el whisky lo que más se consume.
Después de 1982 , paulatinamente se fue autorizando el ingreso de mujeres a las cantinas del país; antes de ello, los establecimientos exhibían letreros donde se advertían que estaba prohibida la entrada del sector femenino, menores de edad y uniformados.
Pero, ante la curiosidad de las mujeres y su interés por convivir en un lugar con venta de bebidas, doña Virginia decidió adaptar un espacio anexo a su cantina en el que se permitía el consumo para este sector, sin mezclarse con los hombres; pasados los años ya no hubo necesidad de mantenerlo y fue cerrado. A la fecha, sólo algunas pulquerías que subsisten en la cabecera municipal cuentan con un área para mujeres, independiente del negocio.
Quienes administran el negocio ven con normalidad el ingreso de mujeres. A diferencia de otros puntos, en este negocio no se ha contado con meseras, “no tenemos tentaciones, evitamos así faltas de respeto como en otros lugares, aún así, las novias, esposas, hermanas de nuestros clientes son bienvenidas, esto ya es sitio familiar”.
El sitio conserva a sus clientes de antaño, ahora adultos, que en anteriores épocas gustaban de acudir al establecimiento a jugar domino y charlar con el entonces propietario don José Gonzaga Ugalde; él murió, pero sus amistades conservan la rutina de tomarse “una copita” en el bar.
Los encargados no han sido ajenos a riñas, pero aseguran que son contadas; es quizá la tranquilidad que prevalece lo que hace que reciba reconocidos hombres de negocios.
Con el paso del tiempo, estos lugares prohibidos para mujeres y estigmatizados por diversos grupos sociales, se han popularizado como espacios de convivencia familiar, con consumo de botanas y alimentos, además de bebidas; es por ello que José ha pensado en remodelar el negocio.
“Hemos creado una terraza, ya que a los jóvenes les gusta acudir y no a muchos les gusta fumar, estamos remodelando sin perder el aspecto tradicional y esperamos atraer mas clientes”.
José Gonzaga dice que la apertura social permite ampliar el mercado; considera que en San Juan es viable remodelar las cantinas y ofrecerlas como un punto de tracción a los visitantes.
“Estos negocios ya no están limitados a los hombres, ha faltado el interés de los propietarios de otros establecimientos en hacerlos crecer, constituirlos como centros botaneros familiares y fomentar una sana convivencia. Hay horarios en que cambie el tipo de clientes, pero sería interesante conservar estas cantinas”, señala.
Desestima cerrar este negocio, por el contrario, tiene el propósito de consolidarlo como un bar para todos los gustos y mantenerlo operando, como fue siempre el interés de su padre.