Peter Weir es el cineasta que catapultó a Robin Williams y Jim Carrey a papeles dramáticos y también es quien sacó de cierto estancamiento a Harrison Ford, que luchaba sin éxito para salir de su personaje de Han Solo en Star Wars.

Pero tiene una característica que dice con gusto: el que más tenía miedo de todo ello, era él, ya que no sabía si podría ser director de cine.

“Me grababa a mí mismo por inseguridad”, dice en una master class celebrada en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF), que finalizó ayer.

En su filmografía se encuentran La sociedad de los poetas muertos y Testigo en peligro, con Williams y Ford alcanzado una nominación al Oscar. El show de Truman le dio el Globo de Oro a Jim Carrey y El año que vivimos en peligro, era protagonizada por unos nacientes Mel Gibson y Sigourney Weber.

Ellos estuvieron bajo su sistema de dirección, poco ortodoxo para el cine. “No me gustan los ensayos, me gusta más bien cenar con ellos y no hablar sobre el tema, sino de otras cosas y mucha comunicación termina por ser no verbal.

“No descubro actores, contrato profesionales y a la cámara le gustan ciertas caras; la peor situación sería estar con un actor conservador y que tenga miedo a perder lo que tiene”.

Weir también se dio el gusto de decir no a Hollywood al inicio de los ochenta, pese a que Stanley Kubrick lo había recomendado. “Pensé debía esperar y me regresé a seguir haciendo películas a Australia, me dijeron que muchos estarían dispuestos a perder su brazo derecho para estar ahí y dije ¿en serio?, así que cada vez que volvía, me ponía a ver cuántos mancos había y sí, hay varios”, bromea el creativo de 72 años.

Por ahora prepara un nuevo proyecto, del cual no desea hablar, sin descartar que sea algo para plataformas digitales. Durante el GIFF, recibió un homenaje en el Teatro Juárez y la Cruz de Plata.

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