Marco Antonio Rodríguez se definió como una persona inquieta. “Nunca estaba en paz, siempre busqué explotar mis inquietudes. Desde siempre tuve el apoyo de mis padres. No con recursos económicos grandes, pero sí con mucho aliento. Mi papá era ingeniero y mi mamá ama de casa y secretaria”.

Por eso, cuando quiso experimentar el canto, “fui cantante; cuando quise jugar al futbol, jugué al futbol; cuando quise vender emparedados o café, vendí café”. Pero lo importante al inicio era la cantada. “En la escuela llevaba percusión y coro, así que estuve en el coro del colegio. Hicimos un grupo musical con otros dos compañeros que se llamaba La Pequeña Fuerza. Cantábamos en los parques y hasta a la XEW llegamos. Era de la onda de Parchís “.

El grupo trascendió hasta participar en el festival infantil Juguemos a Cantar. “Después de eso grabamos un disco que sólo compraron nuestros papás y algún amigo”, recuerda.

El café, café, café

La inquietud de Marco no quedó ahí. “Me independicé de mis padres a los 14 años. No me gustaba pedirles dinero para nada”.

“Cuando estaba en Nayarit, me conocían como el Café, café, café, porque vendía café”.

Los sábados y domingos, en el deportivo donde arbitraba, “me ponía mi tambo sobre la espalda, mis conchas en la cintura e iba por todos lados gritando: ‘Café, café, café’. De esa forma sacaba para mi deporte —que en ese tiempo era el triatlón— para mis tenis, mis camisetas, y claro, mi bicicleta”.

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