Si el presidente exige a otros respetar la investidura presidencial, debería comenzar por respetarla él, y dejar de utilizar su cargo para engañar, dividir, polarizar, difamar, calumniar o golpear; aceptar la crítica, que le señala sus errores, imprecisiones, ilegalidades, mentiras, excesos o prejuicios ideológicos; unir al patria y gobernar para el bien común.

Por el contrario: con la “supuesta” ciencia y sabiduría infusa que le otorgaría el puesto, desde el tribunal de las “mañaneras”, el presidente señala, ataca, descalifica y acusa a sus críticos —en ocasiones calumniosamente—, por no opinar como él; no escucha, ni pondera argumentos o analiza razones. Reactivamente, agrede y etiqueta como enemigos -a veces de México- a quienes disienten de su proyecto o hasta de sus ocurrencias.

Valdría la pena enriquecer nuestra deteriorada cultura política y social distinguiendo, como lo hacían los griegos, las diferencias entre crítica, acusación y acusación calumniosa, porque frecuentemente se sustituye —en la 4T—, la acusación calumniosa por la crítica, por considerarlas lo mismo. Veamos: Crítica (Ejercicio de raciocinio argumental que pondera, mide, juzga, valora lo bueno y malo de algo o de alguien, y saca provecho de ello); 2. Acusación (señala sólo lo malo o negativo de algo o de alguien); y, 3. Acusación calumniosa o “diabolé” (de donde proviene el nombre del diablo, que se refiere al dolo o a la mala fe con que se acusa a alguien).

Para sanar la hipersensibilidad y superar el enojo que le causa al presidente la crítica, es preciso señalar que ésta deriva del análisis de las ideas y las realidades; y tiene dos elementos y un propósito: ponderar lo bueno, los aciertos, lo positivo; así como lo malo, negativo o erróneo; para aprender de ellos y mejorar.

Cuando no se es autoridad competente o se desconoce la materia de que se habla, es mejor callar y, humildemente, reconocer la propia ignorancia para no caer, por protagonismo, en errores o falsedades. El papel de los especialistas dentro del gobierno, es orientar a los gobernantes y gobernados sobre las mejores opciones en sus respectivas materias.

La presidencia es un cargo de servicio a la nación, que honra a quien lo ejerce. Se envilece cuando se utiliza para beneficios —políticos, económicos, sociales— personales o grupales; cuando excluye, divide, polariza o acusa dolosamente a algún o a algunos sectores por el hecho de no estar de acuerdo con alguna decisión.

Ejemplo de actitud “diabólica” es la de López Gatell, que gusta de acusar a otros de su propia indiferencia, indolencia e incompetencia, ante la tragedia de la pandemia que ha enlutado a miles de familias.

A diferencia de la acusación, que sólo muerde con el toque suave de los dientes o deja huella temporal en la piel, la acusación “diabólica” goza desgarrando tejido, triturando hueso y causando daño permanente a sus víctimas.

Se ejerce dignamente el cargo y se hace respetar la investidura presidencial cuando se renuncia a las actitudes que la envilecen; cuando a la crítica se responde con análisis y debate de ideas, en lugar de difamaciones y calumnias; cuando se incluye a quienes piensan diferente, en lugar de señalarlos y excluirlos; cuando se está abierto a las novedades del presente, en lugar de aferrarse a prejuicios o visiones anquilosadas. Porque el bien común o es para todos, o no es para nadie.

Presidente, respete la investidura presidencial.

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