El nuestro es un país que cada seis años pretende ser reinventado por quienes llegan al poder presidencial. La falta de un gran proyecto común de largo aliento, que contenga las demandas de los distintos grupos sociales y busque solventar las necesidades compartidas más apremiantes es una carencia que revela con claridad la visión cortoplacista de la clase política mexicana en general.

Sin embargo, en una democracia no son los políticos los únicos responsables de resolver las principales problemáticas de una nación. Para ello se requiere la participación activa en la vida pública de los distintos grupos de la sociedad civil organizada, así como de la iniciativa privada, entre otros agentes. No solo es sano, sino necesario, que las decisiones políticas se contrasten con la visión y propuestas de estos actores para enriquecer y legitimar el proceder de las instituciones.

La coyuntura actual de nuestro país hace necesario que, de forma particular, la iniciativa privada y los gobiernos encuentren puntos de acción común para combatir problemas tan arraigados en la vida pública mexicana, como la inseguridad o la corrupción. De lo contrario, si el empresariado y la clase política siguen cada uno por su cuenta sin colaborar, no hay futuro posible para el país.

Así lo señala Valentín Diez Morodo, empresario de amplia trayectoria en nuestro país, en entrevista para EL UNIVERSAL, quien agrega que el nuevo presidente de México, que se elegirá el próximo 1 de julio, debe definir claramente qué queremos y hacia dónde vamos como país. La reflexión no solo va en el sentido de plantear un rumbo de largo aliento para el país, sino que busca recuperar en el proceso a quienes han sido marginados del desarrollo por décadas.

La lección es clara: nadie puede, por sus propios medios, conseguir el desarrollo y la prosperidad para todos. La necesidad de hallar puntos de encuentro es uno de los signos de los tiempos que corren. Los empresarios y los políticos tienen la necesidad de estos puntos de encuentro, pero también la tienen los organismos de la sociedad civil, las iglesias, las fuerzas armadas, los medios de comunicación. El entendimiento común es clave si lo que se busca de fondo es construir un país más igualitario, justo y libre.

El esfuerzo, en el fondo, debe orientarse a consolidar un cambio cultural acorde a la época que se vive. Si la corrupción se ha vuelto parte de los usos y costumbres de la vida cotidiana en nuestro país, se hace necesario especificar en qué términos se haría un nuevo contrato social que defina las reglas para encaminar la vida en democracia sustentada en principios que le den solidez.

El país no necesita reinventarse una vez más, sino reconstruirse desde su entraña para que esta vez el cambio sea duradero.

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