Supongamos que Enrique Peña Nieto tiene entre sus allegados a un yerno con gran influencia política en el gobierno federal, supongamos que es su más cercano al oído, el que sugiere ideas que casi siempre se convierten en realidad, el que decide quién es amigo y quién es enemigo. Supongamos, también, que el imaginario yerno del presidente no es ni secretario ni subsecretario ni nada de nada, eso sí, cobra en la nómina como asesor senior, pero, de peso jerárquico en la estructura, no es, realmente, algo… aunque de fondo, lo pueda ser casi todo.

¿Sería recibido el supuesto yerno de Peña Nieto, en una visita oficial, por Donald Trump?, ¿por Macron?, ¿por Zapatero?, ¿por Trudeau?, ¿por alguien?

Tal vez, alguna nación, evidentemente menor, muy menor en comparación con México, recibiría a nuestro yerno imaginario, y todo por la zalamería, por querer quedar bien, por ganarse una palomita que se cobraría en cacahuates para el país, tal vez aceptaría la degradación diplomática por el miedo a pelearse con quien, nuestra también hipotética nación, vería como un titán cuasi invencible: México. Sería una nación sumisa ante el Goliat Tequila… O tal vez no.

Serían naciones que se contarían con los dedos de una mano y que, por tener tan poca importancia comercial y política, por simple sentido común, no merecerían tampoco la visita del poderoso, siempre imaginario en este texto, yerno de Peña Nieto.

¿Entonces?, ¿por qué actuamos al revés de lo que dictaría la más básica lógica elemental? Tiene razón el presidente del Senado, Ernesto Cordero, al criticar la decisión presidencial de recibir al “yerno de Trump”, el mismo del que hoy día, por cierto, desconfían los servicios de inteligencia estadounidenses, el mismo del que hoy día, por cierto, puede sospecharse de ser responsable del desastre en la llamada telefónica entre Peña Nieto y Trump, que terminó por cancelar la visita a Washington del mexicano.

Uno puede entender la mano que mece la cuna del poder, pero si Kushner es tan importante, ¿era realmente necesario publicitar su reunión con el Presidente?, ¿no convenía, más bien, el bajísimo perfil?, ¿o será que se trabajó para enviar un mensaje a Trump y atemperar su ánimo ante la amenaza de aranceles sin sentido al acero y el aluminio?, ¿quién pidió la reunión?, ¿Videgaray a Kushner o Kushner a Videgaray?, ¿qué garantías tenemos los mexicanos de que los esfuerzos realizados en la reunión, incluido el hecho de publicitarla a los cuatro vientos y someter al Presidente a otra andanada de críticas, incluidas las del Congreso, no terminarán en el bote de basura ante un tuitazo de Trump?

En la diplomacia las jerarquías son importantes, por lo regular un presidente recibe a otro presidente, un ministro a otro ministro, los acuerdos y las negociaciones se dan entre iguales… ¿o es un mensaje de que consideramos a Kushner con más poder del que tiene Trump?, ¿eso no saldría aún peor?

No entiendo…

DE COLOFÓN.— Una cosa es Napoleón Gómez Urrutia, pero invitar al hermano de Hugo Chávez a una conferencia del PT suena a un desbordamiento de confianza. Cuánto más grande la apuesta, más grande la caída. Aún no existe el superman político.

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