El  8 de marzo se conmemoró un año más a la mujer en el mundo. Esta ocurrencia perdurable en el tiempo se ha convertido en una vacua retórica. Más allá de todo debate en el seno de la urdimbre de la mujer, saludable es recordar un solo “valor” soslayado en las diversas confrontaciones reales e ideológicas sobre los temas de la mujer, a saber: el RESPETO.

El RESPETO es el punto de partida para reconocer la dialéctica del activismo de la mujer en los procesos de la historia social. La humanidad está en deuda con las mujeres, ya que a estas se les debe la cultura de la agricultura, la construcción del hogar y la familia entre otras muchas cosas. Con magnos aportes bastaría para otorgarle a todas las mujeres sin distingo de clase social, el reconocimiento a su dignidad, honrarlas y asignarles un estatus de sumo prestigio y honor. Sin embargo, después de siglos las cosas no han logrado cristalizarse así.

Desmantelar a la mujer de los valores antes mencionados ha traído consecuencias letales, así como la violencia estructural misma que padecen hoy día. Si los individuos, en general, estuvieran bajo el cobijo de un código simbólico relativo al respeto a la mujer, otro sería el patrón de convivencia de género. Cada año se soportan los mismos clichés demagógicos de los organismos internacionales, los Estados nacionales, gubernaturas y municipios interpelando a los ciudadanos a derribar la supremacía patriarcal o, en su defecto, la dominación de los hombres. Y, a las mujeres, se les interpela para acrecentar las protestas tanto en las calles como en el hogar. El fenómeno no es tan simple. De sobra es sabido el activismo histórico de las mujeres.

La mujer se encuentra en el centro de un sistema caótico y complejo donde la prevalencia de feminicidios no cede, los secuestros exprés, la violencia en las calles, el acoso sexual en el transporte y la violencia doméstica. Es más, en el terreno del crimen organizado, la “trata” es uno de los negocios más jugosos en México y el mundo. Para muestra basta un botón: en el caso de los secuestros exprés, cuyo fin es el levantamiento y la violación de mujeres, la red delincuencial se teje desde el poder político mismo: el delincuente (común u organizado) está ligado con otra estructura de maleantes como los propietarios de hoteles de paso, secretarios del ministerio público, fiscales federales y locales sin descartar a jueces y/o ayudantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Este sistema corrupto se beneficia a costa de la mujer.

Si bien la violencia contra la mujer ha sido una costumbre de cosificación histórica, es durante los gobiernos beneficiados por el neoliberalismo quienes convirtieron a la mujer en una mercancía de placer sojuzgándola y denigrándola a su máxima expresión. Si en realidad, algún gobierno deseara alterar las condiciones contradictorias -espirituales y materiales- de existencia de la mujer, entonces debiera cumplir la misión de desmantelar y purificar las estructuras criminales en la matriz misma del Estado, e inventar nuevos modelos de significación (costumbres, usos, rituales culturales, etc.) para pasar a la edificación de renovadas ingenierías de cohesión social en detrimento de los preconceptos y prenociones. Exclusivamente, así, la formación social mexicana y queretana restauraría el prestigio, el respeto y la dignidad de la mujer a la cual se le debe mucho, sobre todo después de la pandemia.

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