La comunicación entre los seres humanos es una de las maravillas de nuestra propia naturaleza, desde las primeras expresiones como el llanto al nacer, la risa, los sonidos y palabras y de ahí muchas más que nos muestran que interactuamos con nuestra propia especie y también con algunas otras. La gran mayoría de dichas expresiones se dan de manera abierta con sonidos, pero algunas otras a través del lenguaje corporal, que nos permite hacerles saber a los demás lo que pensamos o sentimos sin la necesidad de los primeros. Así iniciamos un proceso de aprendizaje que implica la obtención y el desarrollo del conocimiento proporcionado regularmente por nuestros padres y demás familiares cercanos. Con el paso del tiempo y gracias a la convivencia y la fortuna de tener acceso a la escuela, aprendemos de otros, mucho de lo que nos permite enriquecer ese conocimiento y en consecuencia la posibilidad de expresarnos acorde a nuestras particulares capacidades y características de personalidad, incluidas la lectura y la escritura.

Uno de los aprendizajes que, asumo llevamos implícito en los códigos de nuestro ADN, es el relativo al uso de las manos, sin referirme expresamente al lenguaje que permite comunicarse a quienes son sordomudos y que es una forma muy admirable de facilitar los vínculos entre quienes conocen y aprenden el uso de ese maravilloso lenguaje. En realidad me refiero a la manera sutil e íntima como utilizamos las manos desde nuestra niñez y hasta la vejez para, a través del contacto entre las mismas, hacer saber de sentimientos, circunstancias, propósitos y mucho más, sin que medie una expresión que haya requerido de aprendizaje previo.

La primera de ellas es cuando nuestra pequeña mano abraza un dedo de la de nuestros padres y les hacemos saber mucho sobre nosotros. Así, poco a poco, tomamos una mano para dar nuestros primeros pasos en la infancia y comenzar a sentir la grandeza de la seguridad y de la posibilidad de seguir adelante sin aprender sólo a base de golpes y caídas. De niños, tomar la mano de algún compañero o compañera es establecer un primer paso para la amistad. Nos enseñan a saludar de mano, para hacer saber a alguien que dejamos constancia de reconocer su presencia y como una cortesía ante la misma. Hay saludos de manos entre los amigos de nuestra niñez, que llevan consigo mucho de complicidad, un testimonio de pertenencia a un grupo, a un equipo. Pero hubo un tiempo, no sé si hoy día lo sea, en la juventud  de mi generación, cuando el lenguaje entre las manos fue, no solo una vital importancia, sino una espectacular explosión de emociones cuando apenas rozaba y se entrelazaba con la mano de la persona que te gustaba y con quien deseabas pasar el mayor tiempo posible. Tomar la mano de alguien de esa manera implicaba una comunicación constante.

Los años pasan y curiosamente son nuestras manos las que más acusan el transcurso y el impacto del tiempo en nuestro cuerpo. Sin embargo, siempre conservan la añoranza cotidiana de encontrarse con la mano de quien amas y ellas mantienen hasta el último instante de la vida, la magia de la emoción de vivir. Si no, tomen la mano de sus nietos para ratificarlo. Ojalá y en esta temporada de celebración de fiestas y de reflexión al final de un año más, nuestras manos sigan encontrándose con otras manos para expresar en silencio, sus mejores deseos para el tiempo que viene en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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