A veces son muy raros. No les preocupa que un agrónomo dirija Pemex, pero les escandaliza que una científica doctorada en Harvard escriba un libro. Hace unos días la lincharon en redes. “¡Es odontóloga, solo sabe de gingivitis!”, bramaban airados los mismos que, digamos, ven con naturalidad a Tatiana Clouthier al frente de la secretaría de Economía.

El libro que causó el revuelo se llama Un daño irreparable. La criminal gestión de la pandemia en México (Planeta, 2021). La autora es Laurie Ann Ximénez-Fyvie, especialista en microbiología y jefa del laboratorio de genética molecular de la Facultad de Odontología de la UNAM.

Por si andaban preocupados, no se trata de un tratado de epidemiología. La científica solo narra, con estricto apego a los datos, la ruta de las decisiones que nos han llevado a ocupar los primeros lugares del mundo en muertes por Covid-19; el lugar número 13 en casos de contagio, el sitio 138 del planeta en pruebas por millón de habitantes; el primer lugar en muertes de personal médico, y el infierno de todos los días donde fantasmales caravanas de enfermos deambulan en busca de una cama y familias apabulladas hacen colas de ocho horas para recargar un tanque de oxígeno.

Cuando Ximénez-Fyvie terminó su libro, en diciembre de 2020, se registraban 9,236 casos de contagio cada día. Solo un mes más tarde se están registrando 20 mil, incluso más, cada 24 horas. En diez meses hemos acumulado más de 140 mil muertos admitidos de manera oficial, y un “exceso de mortalidad” que hablaría de más de 350 mil defunciones en diez meses.

Leí el libro de un tirón. Lo terminé con tristeza, rabia, indignación. Extraviados en la maleza informativa de todos los días, perdemos perspectiva de las cosas. El simple hecho de reunirlas y ordenarlas les da un nuevo contorno, una claridad apabullante. Durante un año se ha mentido y engañado. Se han ocultado y se han manipulado datos. Se ha linchado en redes a los periodistas que cuestionan las incongruencias del encargado de combatir la pandemia. Se le han dado indicaciones contradictorias y muchas veces perjudiciales.

La autora registra cómo en diciembre pasado se manipularon las cifras de muertes y contagios para retardar el semáforo rojo, a fin de que la gente siguiera en las calles —y no resultaran afectadas las ventas navideñas.

Es un libro que registra las fechas cruciales. Los días de la descalificación ante el país entero de medidas preventivas como el cubrebocas: “El cubrebocas tiene una pobre utilidad, incluso tiene una nula utilidad”. Los días de la desinformación al asegurar que los portadores asintomáticos no podían contagiar a otros.

Los días de la insistencia en que la realización de pruebas diagnósticas no tenía utilidad alguna, de “la constante directriz de que los enfermos deben permanecer en casa y no acudir al hospital hasta tener síntomas graves”.

Es el libro de una científica que desnuda a “un político disfrazado de científico”, el cual, desde el primer día, no ha cesado de adular a su jefe, de quedarse en silencio ante los errores y las pifias más indisculpables de este, y que además se ha negado siempre a reconocer un error, a ofrecer disculpas.

Solo de cálculo, Hugo López-Gatell ha tenido muchos. Indicó a los mexicanos que no había indicios que sugirieran que el Covid-19 era una enfermedad grave, les dijo que la influenza era 10 veces más virulenta, y que cuando mucho iban a registrarse ocho mil muertes.

A diferencia de lo ocurrido en otros países, nos dijo que no había fundamento científico que indicara que restringir viajes, por ejemplo, tuviera impacto en la disminución del riesgo de transmisión. Nos dijo que era mejor esperar a que hubiera un buen número de casos antes de tomar medidas que son principios básicos de la epidemiología (“es mejor que se contagien 400 a que se contagie un solo niño”, “la realización de pruebas diagnósticas no tiene utilidad”).

Declaró que era ideal que el presidente de México, un adulto mayor, se contagiara, ya que no era una persona de especial riesgo, y más tarde quedaría inmune. Llegó a nombrar al mandatario una fuerza moral y no de contagio.

El presidente, que durante diez meses se negó a utilizar cubrebocas y transmitió esa señal a millones de ciudadanos, confesó ayer que se ha contagiado. La tremenda irresponsabilidad del jefe y su subalterno ponen hoy al país en un complicado y dramático escenario.

Hemos vivido un año que la científica define como de “cotidianos ejercicios de estupidez”. Y también, de cifras ocultas, interpretaciones sesgadas, verdades a medias que se esconden tras la pasión verborreica del zar anti-Covid.

“Tarde o temprano vendrá la rendición de cuentas”, escribe Ximénez-Fyvie. Su libro es tal vez la primera piedra en el camino. Lo cierro con la convicción de que tantas muertes eran evitables y que el gobierno de AMLO, con López-Gatell al frente, se contentó con ser espectador de una catástrofe.

Nota: Envío, en la tragedia, un hondo abrazo a mi amiga Maite Azuela.

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