Una de las maravillas que ofrece la vida cuando uno la ha logrado andar en más de cinco o seis décadas y en ese tiempo te ha brindado la oportunidad de convivir a través de cuatro o cinco generaciones que incluyen, en la expresión más amplia de género, a los abuelos, los padres, los hermanos, los hijos, los nietos y en un trecho de la misma, con la pareja. Absolutamente todos ellos son elementos de una misma y extraordinaria circunstancia: la familia. En mi caso personal,  a pesar de que por alguna razón que nunca he logrado explicarme, mi memoria intermitente de vez en vez abre el cajón de los recuerdos para que alguno escape y logre atraparlo para vivirlo de nuevo.

No tuve la suerte de convivir con mis dos abuelos hombres, uno murió antes que yo naciera y el otro cuando apenas tenía yo un poco más de dos años de edad, pero sí con mis abuelas, a quienes visitábamos religiosamente cada domingo. Ambas solían tomar mis manos de niño y acariciarlas, lo que me llevó a guardar particularmente el recuerdo de sus manos. Aunque mi padre no era tan expresivo, recuerdo sus manos grandes y fuertes. Mi madre nos acariciaba más y sus manos obtuvieron un lugar primordial en mis alegrías y es uno de los recuerdos que tengo más a la mano. Pero hay un lugar preponderante en el significado de la seguridad y la certidumbre que te brinda siendo pequeño, cuando me llevaban tomado de la mano por la calle o en la propia casa. Cuando uno crece y llegas a la juventud, el tomarse de la mano con la pareja adquiere una nueva trascendencia del vínculo y del significado de alguien muy importante para ti. Conforme sigue su camino el tiempo, tomar de la mano a tus hijos desde pequeños, te permite experimentar el cambio de ser ahora tú el que brindas esa seguridad y  certidumbre para alguien más, al tiempo de estrechar lazos indisolubles que permanecerán el resto de la vida y que junto con tu pareja alcanzan una nueva prioridad en el concepto de familia.

Sin embargo, cuando llegamos a la edad intermedia, en la que nos dedicamos con singular dedicación al trabajo y a largas jornadas del mismo, nuestras manos adquieren el papel de la labor  y suelen desgastarse lenta pero constantemente en un largo periodo hasta que comienzan a dar testimonio del propio transcurso de la vida misma. Es un tiempo donde se estrechan con otras manos en lo que conocimos, hasta antes de la pandemia que aún nos acongoja, como el saludo formal con amigos, compañeros de trabajo y con quienes establecen con nosotros alguna relación por motivos de nuestra actividad laboral, profesional, social o de negocios.

Podemos después de muchos años, mirar nuestras manos, y ellas hablarán por sí solas de nuestro recorrer por la vida, delatando si ha sido más con trabajo rudo o con otras actividades. Pero hay un momento único y mágico, en el que las manos recobran de nuevo la sensación de nuestra infancia, es el momento cuando tomas de la mano a tus nietos y caminas con ellos a lo largo de un pasillo, una escalera, en un lugar público o al estar sentado viendo la televisión. Ese momento nos hace constatar que nuestras manos tienen esa memoria excepcional, la que nos recuerda el más alto valor de saber que la familia continúa, en el mundo entero y en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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