Christian acababa de llegar esa tarde al “anexo”. Iba a llevarle comida a sus dos hermanos. El mayor, Omar, se hallaba desde hacía un mes en el centro de rehabilitación de adicciones “Recuperando mi vida”, ubicado en la colonia Arandas, en Irapuato. El otro hermano, Hugo, había sido dado de alta el pasado 15 de junio: al volver a la calle recayó en las drogas, sin embargo, sus familiares decidieron internarlo de nuevo.

Los tres murieron esa tarde —1 de julio de 2020— cuando un comando irrumpió en el “anexo”.

Cerca de las cuatro de la tarde, tres hombres que portaban armas largas y cortas amagaron a quienes se encontraban en la planta baja del inmueble, destinada al tratamiento de mujeres, y sin hallar ningún tipo de resistencia, subieron a la parte alta.

Para ingresar al lugar, en donde se hallaban concentrados al menos 30 hombres de entre 17 y 40 años de edad, tuvieron que forzar la puerta. Los internos se hallaban en shorts y calzoncillos. La deprimente habitación en la que se encontraban estaba repleta de ropa, cobijas, colchones, colchonetas.

Los intrusos los pusieron bocabajo. De acuerdo con un sobreviviente, preguntaron por una persona que no se encontraba en el lugar. Comenzaron a disparar ráfagas de AR-15 y dejaron en la habitación una imagen dantesca: los cuerpos de 24 jóvenes amontonados, acribillados, chorreando sangre.

Al bajar, el comando abrió fuego contra otros tres hombres, que perdieron la vida en el hospital, mientras recibían atención médica. Ocho personas más resultaron heridas.

No tardó en circular un presunto mensaje del Cártel Jalisco Nueva Generación. Lo transcribo tal cual: “Esto les pasara a todos los marros creias  que no nos hibamos a enterar de donde escondias a tu puta gente pues hay te van los primeros (…) Todos los anexos en especial los de Celaya preparence”.

En las horas que siguieron, Jardines de Arandas, la calle de la tragedia, se volvió una galería de imágenes dramáticas. En la prensa está el testimonio de una madre que llegó en busca de noticias al centro de rehabilitación: “Mi hijito me pidió que lo ayudara, lo hubiera sacado… mi hijo está muerto, ¡Dios mío!”.

El dueño del “anexo” cayó también bajo las balas.

Los testigos dijeron que los agresores huyeron en un auto rojo: probablemente, cuatro personas más aguardaron a los agresores en la calle, para facilitarles la huida.

Mientras la Agencia de Investigación Criminal de Guanajuato procesaba el lugar, analizaba videos y recogía elementos balísticos, uno de los sobrevivientes dijo que los agresores habían preguntado por “alguien”.

“Entraron varias personas una de ellas tenía el pelo pintado de morado o azul, nos dijo que nos acostáramos y empezó a buscar a alguien y dijo que no estaba ese cabrón, salieron y de inmediato regresaron y empezaron a disparar a todos y uno de ellos empezó a darles a varios en la cabeza”, declaró.

El secretario de Seguridad del estado afirmó más tarde que algunos “anexos” (hay 70 en Guanajuato) han servido de refugio a la delincuencia: “Van, cometen sus fechorías y luego el lugar de resguardo es el propio ‘anexo’ y por eso el grupo rival va y ataca”, dijo.

De acuerdo con autoridades de seguridad del estado, uno de los agresores, identificado por los testigos, forma parte de una célula del Cártel de Santa Rosa de Lima que opera en zona Laja-Bajío.

A partir de la información proporcionada por los sobrevivientes, se le dictó orden de aprehensión. Fue detenido el domingo en Irapuato, mediante un operativo realizado por la fiscalía y el Grupo Táctico Guanajuato. Su captura llevó a la policía hacia otros dos involucrados en el ataque. Los detenidos están relacionados con ejecuciones, cometidas recientemente en el estado. Fuentes cercanas a la investigación indicaron que admitieron hallarse al servicio del líder del Cártel de Santa Rosa, José Antonio Yepez, El Marro.

Yepez se deslindó de los hechos a través de un audio: “Yo les quiero hacer saber que yo con ese anexo no tuve ni madres que pinches ver. Y nomás se los hago saber porque tal parece que, no sé de qué pinche manera, pero estos ojetes pa’ lo que son buenos es para lavarle el coco a la gente. Y no me importa si sepan o no sepan o me quieran creer o no me quieran creer, pero yo se los tengo que decir, porque nosotros no tuvimos nada que ver con este pinche problema, ni sabíamos de que ese puto lugar existía”.

Una de las líneas de investigación relaciona el ataque, sin embargo, con los hechos en que, la noche del domingo 28 de junio, perdió la vida uno de los abogados que llevaba la defensa de la madre del Marro.

Aquel domingo, María Eva Ortiz, madre del líder del Cártel de Santa Rosa, fue liberada por falta de evidencia. Salió del Cereso de Puentecillas en compañía de sus abogados. Pero en algún momento cambió de auto. Sus abogados siguieron por el tramo carretero Irapuato-León: policías de Silao los detuvieron en un filtro. Según denunció El Marro, lo habían hecho para retener a su madre y entregarla al Cártel Jalisco.

Los abogados fueron atacados más adelante por desconocidos: el que iba conduciendo el auto murió con un tiro en la cabeza. El Marro hizo ejecutar a tres policías de Silao: “Ahí se los dejamos, culeros”, dijo en un audio.

Mientras las autoridades federales y estatales reparten culpas, la guerra entre los cárteles ha llegado a un pico nunca visto. Aumenta la crudeza de las masacres, el espectáculo siniestro de las ejecuciones. En Guanajuato y en todo México, cada día es peor que el otro.

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