Así como en las redes sociales se busca posicionar el mensaje del político, lo mismo se busca a través de los discursos. Dar a conocer nuestro mensaje, lograr que la gente lo recuerde y mediante la palabra oral lograr influir en el otro.

La imagen verbal (el fondo) y no verbal (la forma) en política tienen la encomienda de convencer, inspirar, entusiasmar al electorado/ ciudadanía (según sea el contexto). El mensaje o fondo debe de ser lo suficientemente claro, conciso y coherente para ser recordado, y para esto se apoya de recursos importantes como son los gestos y ademanes y la modulación de la voz, que es la forma. Uno debe acompañar al otro —fondo y forma— para lograr un discurso impactante.

¿Cuántas veces hemos escuchado a nuestros políticos dar un discurso en eventos solemnes o simplemente cuando visitan algunas comunidades y una vez terminado el evento no recordamos cuál fue el mensaje? Pasa de manera frecuente y esto no necesariamente quiere decir que no pusimos atención, sino que su mensaje no estuvo bien estructurado (o no hubo realmente mensaje) y en cuestión de forma generalmente mantienen el mismo tono, el mismo ritmo que los hace sonar aburridos; por lo tanto dirigimos nuestra atención a otra cosa.

Nuestros políticos deben aprender técnicas que les permitan hablar de manera clara, articulada y emotiva. ¿Cómo pueden lograr esto? Primero deben entender lo importante que es adaptar lo que dicen a la audiencia que los escucha. Se enredan tantas veces en el uso de palabras complicadas, de frases rebuscadas y de tecnicismos que hacen que el mensaje no se entienda, ¿o cuántas veces no hemos visto que el discurso de un presidente municipal es complicado y dirigido a adultos cuando debería de hablar a los niños al ir a honores a la bandera en alguna escuela primaria?

Segundo: a través de la palabra debe de convencer a la audiencia de que podemos confiar en él/ella y que además tiene la legitimidad de hablar del tema. Esto lo logra al convencer a la audiencia de que sus intereses son iguales a los nuestros. Debe aprender a situarse como un ciudadano más, en vez de creer estar por encima del resto de nosotros. El político debe entender que más allá de cumplir con cinco o 15 minutos de discurso va a convencer a los ciudadanos, a identificarse con ellos, a conseguir que el apoyo continúe.

Finalmente, el que habla debe, a través de su mensaje, sus ademanes, gestos y modulación de la voz, lograr generar emoción: tristeza, pena, enojo, entusiasmo, excitación, patriotismo. Quien se para en un atril o sostiene un micrófono debe hablar a la audiencia directamente al corazón, con anécdotas, con experiencias que logren de manera clara y concisa un efecto de que se habla de manera sincera, real. Al ciudadano común y corriente emociona mucho más los discursos que no parecen representaciones estudiadas, cuando cumplen nuestras expectativas porque nos identificamos, porque vemos reflejados nuestros intereses y necesidades, porque nos han entendido.

El político sólo logrará convencer a la audiencia si utiliza el lenguaje adecuado, si usa los gestos y ademanes que acompañen a la palabra, si la actitud es la correcta al pronunciarlo, si el mensaje es claro. Un discurso no necesariamente debe de ser muy elaborado, únicamente debe de ser capaz de dar certeza de que quien habla tiene la capacidad de resolver y de escuchar a su audiencia.

Como ciudadanos sólo nos vamos a emocionar, a vitorear el nombre de nuestro diputado, presidente municipal o gobernador si lo sentimos cercano con sus palabras y con sus ademanes, si logramos identificarnos con lo que ellos nos cuentan.

Will Rogers lo dijo de forma muy clara “cuando vas de pesca, no cebas el anzuelo con lo que a ti te gusta, sino con lo que le gusta al pez.” Sólo a través de un discurso pensado para nosotros podrá lograr el político convencernos de continuar apoyándoles.

Directora de Imagen Pública en Magentta Creatividad e Imagen

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