Desde hace tres años Javier Perea brinda el servicio especializado de taxi para personas con discapacidad, trabajo que le ayuda a conocer personas y apoyar a sus clientes, pues él mismo es ejemplo de resiliencia, pues años atrás sufrió un accidente que casi le costó la vida y lo tuvo un año en cama.

Javier explica que su trabajo lo llevan a cabo por agenda, y de antemano ya sabe a quienes lleva y a dónde. “El servicio es por la mañana y por la tarde. Voy y traigo al cliente, pero en ese lapso no puedo agarrar otro servicio. Me espero y de aquí me voy a la base”, indica.

Apunta que su vehículo, de una marca francesa, lo compró en una agencia con el equipo para transportar personas con discapacidad, y agrega que actualmente brindan el servicio siete unidades. Antes eran 10, pero no todos los conductores tienen vocación de servicio y aguantan que las ganancias no sean tan jugosas.

Javier recibe una llamada. Es la señora Lupita, quien le pide que pase por ella para llevarla al médico. De Plaza de Armas, el conductor enfila a Milenio. En el camino platica de su trabajo, que a la vez es una labor social.

Dice que este trabajo le ha permitido conocer a todo tipo de personas. Antes instalaba techos de lámina a bodegas y naves industriales. “Entro a trabajar aquí y me dan la oportunidad de experimentar este tipo de trabajo y aquí he conocido gente prepotente, inteligente, de todo, gente que se pelea por las herencias. Gente que es una miserable, porque abandonan a los viejitos”, asevera.

Javier se identifica y es empático con sus clientes, pues él mismo sufrió un accidente. “Me caí de 12 metros, entonces yo tengo discapacidad. Para mi esto es una labor social, porque y le regalo mi experiencia a toda la gente. Yo creo que existe Dios. Me dedicaba a instalar todo tipo de láminas a centros comerciales, a naves industriales y sufro ese accidente. A raíz de ello, tengo muchas fracturas en mi cuerpo, y se me presenta la ocasión de trabajar aquí. Hace nueve años tuve el accidente. Me rompí la cadera, la muñeca, el codo, me extirparon el bazo, se me colapsó un pulmón, se me perforó el intestino. Estuve muy delicado”, narra.

Se podría calificar a Javier como un milagro viviente , pues sobrevivió a un accidente al cual casi nadie podría contar que salió con vida. Lo invitaron a trabajar como chofer y se quedó, pues le gustó la actividad.

Señala que la vida le ha dado sorpresas y una segunda oportunidad luego del accidente que casi le cuesta la vida.

Apunta que los automóviles son caros, pues una unidad cuesta 380 mil pesos en agencia, y cuenta con rampas manuales, que usa para subir a las personas con sillas de ruedas, además de que se sujetan con arneses y a los pasajeros con cinturón de seguridad, aunque para muchos es incómodo usarlo.

No todo es miel sobre hojuelas, pues Javier ha visto cosas desagradables. En su andar por las calles ha conocido historias de final desagradable, con el caso de don Evodio.

Evodio, relata, pedía limosna en la calle de Universidad y Ocampo. Llevaba su ropa a la lavandería, invitaba a comer a los choferes que conocía, hasta que un día murió.

“Un compañero me avisa que falleció Evodio, está en tal capilla, lo están velando. Llegué, y sólo estaban ahí su casera, otro compañero chofer y yo. Sólo tres. Luego llegó un familiar”.

Dice que le comentó al familiar de Evodio que iban a ir por sus esposas, para ser más personas y rezar un rosario. Agrega que cuando llegaron su compañero y él con sus esposas, estaban el familiar y la casera de Evodio.

Tras presentarse, la familiar del difunto dijo que se iba porque estaba cansada, y si quería rezar que lo hicieran, pero ella se iba. La casera también se retiró, quedándose sólo los dos choferes con sus esposas. Agrega que tras unas oraciones, se retiraron y dejaron a Evodio solo.

“Para mi fue una experiencia que nunca había vivido y el día que lo viví no me imaginé”.

Por otro lado, recuerda que un día lo requirieron para un servicio, pues a un hombre lo acababan de dar de alta del hospital, y cuando llegó por ellos al Seguro Social, se dio cuenta que había mucha gente con globos y música. Eran los familiares del hombre quienes celebraban que daban de alta al señor. Atrás del taxi iba la caravana de familiares. Este acto arrancó lágrimas a Javier, por ver la emoción y cariño con el cual recibieron a su patriarca en aquella familia.

Javier busca una dirección en Milenio. Ya sabe donde ir, es una de sus clientas frecuentes y a quien le gusta atender. Mientras llega a su destino platica que el servicio se lo pagan por semana o por día, depende del cliente.

Javier llega a la dirección. Abre la parte de atrás de su unidad y baja una rampa. Luego avanza hacia la casa con fachada blanca, de donde sacan a un mujer en silla de ruedas (Lupita), quien lo saluda de manera familiar y le dice en broma que él sí tiene su automóvil limpio, no como otro de sus compañeros, cuya unidad luce descuidada. Javier sonríe ante el comentario de su clienta.

El destino es la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que se ubica en el barrio de Hércules. El viaje no demoraría más de 10 minutos, pero debido a los trabajos que se hacen por la avenida que da acceso al populoso barrio, debe dar vuelta hasta Calesa, demora más del doble el tiempo de recorrido.

Cuando llega, Javier se enfrenta al problema del estacionamiento, pues en las calles angostas no hay muchos lugares especiales para personas con discapacidad. El dueño de un casa, donde se vende jugos y gelatinas permite al hombre estacionar la unidad enfrente de su domicilio y bajar a Lupita, para conducirla al interior del IMSS y regresar por ella en una hora.

Javier arranca su taxi. Se dirige nuevamente a Plaza de Armas. Ahora el viaje lo hace por Álamos, para tomar Corregidora y enfilar hacia el centro. Minutos antes su clienta que lo espera en el centro ya le habló para que vaya por ella. Responde de manera amable, cariñosa con sus clientas.

24X7

Casado y con tres hijos, la mayor de 24, uno de 22 y el menor de 16 años, y una nieta de cuatro años, comenta que los ingresos que percibe son sólo para su esposa y su hijo menor, además de que su trabajo amerita que esté disponible los siete días de la semana 24 horas al día.

Agrega que para convivir con su esposa la invita a trabajar con él los fines de semana. Así que cuando tiene que brindar un servicio su compañera de vida sirve de copiloto para Javier.

“Ella es obrera. Los sábados y domingos descansa, entonces esos días se la pasa conmigo. Me acompaña, lo agarramos con un paseo en familia, porque este es mi hogar, la camioneta es mi hogar, aquí vivo prácticamente todos los días”, subraya.

Asevera que en su trabajo ha conocido muchas cosas y se ha dado cuenta que no hay cultura de respeto a las personas con discapacidad, pues unidades como la suya no nos respetadas por los otros automovilistas, y él es víctima, pues también sufre discapacidad, pues a raíz de su accidente perdió movilidad en varias partes de su cuerpo.

Apunta que vive con dolor permanente en la cadera, y cuando es muy fuerte se llega a hospitalizar varias días, medicado de manera agresiva, pero ha aprendido a mitigar el dolor, haciendo ejercicios al frente del volante de su automóvil.

Por otro lado, añade que el negocio no es redituable, pues se recorren muchos kilómetros con poca tarifa. Ello ha motivado que muchos de sus compañeros se retiren, y no reciben apoyo de instancias gubernamentales, aunque él dice “mientras le permita Dios estará aquí”, pues es consciente que además de un servicio cumple con una labor social, además de ser ejemplo de sobrevivencia que se puede calificar de milagrosa.

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