Lo que está ocurriendo recientemente en las universidades del mundo y principalmente de Estados Unidos es reflejo de una revolución global en contra la “falsificación” de la historia y las narrativas hegemónicas.

Desde hace meses, hemos sido testigos de una escalada de confrontaciones entre autoridades políticas, académicas y cuerpos policiales en contra de las protestas y las expresiones estudiantiles en apoyo a Palestina. Los casos más visibles han sido de Universidades estadounidenses como Columbia, Nueva York, el MIT, Yale y Berkeley, donde la represión no se ha limitado a los estudiantes; sino que ha llegado también a los profesores que han sido blanco de ataques, siendo suspendidos e incluso detenidos por proteger a los estudiantes durante las protestas.

Estas instituciones, una vez faros del pensamiento crítico y bastiones de la libertad intelectual, donde se han gestado los pensadores y revolucionarios de todas las épocas, ahora se encuentran asediadas por un resurgimiento del macartismo, aquella doctrina surgida en los años cuarenta que se basaba en acusaciones de subversión o deslealtad sin respeto a los derechos de los acusados.

El tema no es menor, pues amenaza la esencia misma de la academia como un espacio para el debate abierto y el dialogo intelectual sin restricciones. Cuando las voces disidentes son silenciadas o censuradas, y se promueve un clima de conformidad ideológica que coarta la pluralidad de pensamiento, que termina por poner en riesgo todo el sistema democrático.

Esta situación puede tener repercusiones en otras esferas sociales, pues es reflejo tensiones más profundas en relación con la libertad de expresión, el derecho a la protesta y la diversidad de opiniones en el ámbito público.

La persecución y estigmatización de aquellos que desafían las opiniones predominantes evoca una era oscura de la historia, donde el disenso era peligroso y las ideas divergentes eran suprimidas. Este fenómeno representa un retroceso en el progreso hacia una sociedad abierta y democrática, donde la pluralidad de ideas es esencial para el avance intelectual y social.

En lugar de aprender de la historia y sus lecciones, parece que estamos repitiendo errores pasados, comprometiendo así el papel fundamental de las universidades como motores del cambio social. Las y los universitarios del mundo, son una nueva generación, con mayor sensibilidad y un entendimiento distinto del mundo, una generación que no cree en las narrativas hegemónicas y que critica las posiciones geopolíticas de sus gobiernos.

Esta nueva generación está especialmente alerta ante los intentos de manipulación histórica y la distorsión de la verdad, reconociendo que comprender el pasado de manera honesta es fundamental para abordar los desafíos del presente.

Al resistir la censura y promover el debate abierto, las y los universitarios están defendiendo no solo su derecho a la libre expresión, sino también el derecho de las generaciones futuras a aprender de los errores del pasado y a construir un futuro del que no tengamos que avergonzarnos.

Google News