Las musas que vemos representadas en los cuadros de artistas son algo que siempre me ha causado mucha inquietud: contar una historia de amor mediante lo que se refleja desde el momento del cortejo, por ejemplo, es algo que me hace imaginar una historia romántica detrás de lo que se retrata.

La palabra enamora(miento), ese que dura menos de dos años, cuando se trata de quedar bien con esa persona de la que gustas, se ve reflejado también en la pintura, esos sueños y mitos forman parte de la inspiración del artista.

Algunas pinturas como “El beso robado”, o el “Progreso del amor” de Jean Honoré Fragonard, realizadas por un encargo de Madame du Barry, capturan sin duda escenas de un amor probablemente clandestino, con situaciones de complicidad, disfrute “coquette”, pero también denotan sensación de frustración en las etapas del amor que son irremediablemente vínculos o desvínculos que se ganan y se pierden a lo largo de la etapa del enamora(miento) para llegar o no a esa parte llamada vínculo de consolidación en la relación y que algunos artistas transforman en una obra de arte.

Los temores y los celos son los “hijos bastardos del amor”, decía Edvard Munch, estos también abarcan la mayor parte de la historia: el odio, el rencor y la traición son parte de ello. Otelo, de William Shakespeare, es un claro ejemplo en el mundo de la literatura acerca de ello.

Artistas como Rembrandt dedicaron algunos de sus cuadros al amor, es decir, mientras fue esposo de Saskia, la dibujó y pintó en repetidas ocasiones, en una ocasión incluso la pintó dándole vida a la princesa Dánae, mismo retrato que fue criticado al no poderse concebir como un retrato por la forma en que la retrataba, decían que eso era un retrato del alcoba, pero bueno eso fue lo de menos, también pintó a su segunda esposa, Geertje Dicks y a su amante, a Hendrickje Sttofels, en la obra de “Palas Atenea”, dejando plasmado a sus otros amores que también tuvo, mismos que son perpetrados a través de sus obras.

Y es que la historia de los artistas es demasiado romántica y a veces altamente dramática, vemos como sus fuentes de inspiración ocupan un lugar en la historia de su vida y de quienes las miramos, para convertirnos en unos voyeristas a los que se nos permite conocer la vida íntima del artista al estilo Giorgio Vasari.

Sandro Boticelli, pintor florentino mejor conocido por pintar su obra cumbre “El nacimiento de Venus”, hizo algo parecido al representar a su amada Simonetta Cattaneo, (después Vespucci) —musa de distintos artistas del Renacimiento— en distintas pinturas. Se dice que la amaba tanto que aun después de su muerte decide retratarla incluso tras su fallecimiento por causa de tuberculosis. Así de grande es el amor en algunos artistas.


Hoy en día, ese tipo de historias de amor con musas, mecenas y amantes se aprecia en menor grado: esa sensación de profundidad emocional que hace al artista retratar a su amor, esposa o amante en un lienzo con una intensidad distinta. Tal vez ha llegado la época de la existencia de los “amores líquidos”, como menciona Zygmunt Bauman en el libro del mismo nombre y los actuales retratos, pese a contar con técnicas señoriales, carecen de ese estremecimiento al contar una historia de amor como el de antes.

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