El teléfono suena a las 10, luego a las 11, y nuevamente a las 12. En menos de tres horas, el chat de vecinos acumula más de 30 mensajes. Una residente reporta un joven merodeando cerca de su casa; otro vecino añade que un coche desconocido se detuvo frente a su propiedad con intenciones dudosas; alguien más quiere que se prohíba a los trabajadores de la construcción usar los parques como espacios de descanso. Aunque vivimos en un fraccionamiento, la demanda de muchos de los vecinos es bastante radical: los guardias de la empresa de seguridad que controla el acceso deben endurecer sus protocolos, controlar cada vehículo, revisar maleteros, fotografiar identificaciones y realizar interrogatorios rigurosos. El miedo domina mi fraccionamiento, como en muchos otros, a pesar de que nuestra tasa de delincuencia es sustancialmente más baja que la mayoría de las colonias y barrios del país.

Recientemente, se celebraron con orgullo los resultados de la última encuesta de inseguridad urbana realizada por el Inegi en Querétaro. Se destacó el aumento en la percepción de seguridad: del 53% en marzo de 2023 a 62.4% en marzo de 2024. Sin embargo, se comentó menos sobre cómo más de la mitad de los encuestados aún considera que carreteras, calles y cajeros automáticos son lugares inseguros; además, un 22.5% se siente inseguro incluso en su propia casa. Otro dato significativo revela que el 50.2% de los participantes anticipa que la situación de seguridad seguirá siendo “igual de mal o peor”, mientras que un 48.4% cree que mejorará o mantendrá el nivel actual de seguridad.

En Querétaro, como en muchas otras ciudades, el incremento del miedo a la violencia ha motivado un notable aumento en la creación de espacios residenciales cerrados y medidas extremas como rejas y cierre de accesos. Esta tendencia refleja no sólo una búsqueda de seguridad, sino también una creciente segregación espacial y social. Las comunidades cerradas, vistas como refugios seguros, representan una respuesta directa al temor de enfrentar amenazas percibidas. Sin embargo, este modelo de vivienda fortificada también presenta desafíos significativos, ya que contribuye a la fragmentación del tejido social y urbano, restringiendo la interacción pública y fomentando una división clasista.

El mercado del miedo en Querétaro sigue creciendo, preocupantemente visible a través de la proliferación de empresas de seguridad privada. A pesar de recientes esfuerzos públicos para regular estas empresas, muchas operan aún bajo estándares cuestionables. Este incremento en los actores de vigilancia, sumado al miedo imperante, ha complicado la situación. Los grupos de vecinos, destinados a ser redes de apoyo, se transforman frecuentemente en comunidades de histeria colectiva, donde cualquier desconocido se convierte en una amenaza potencial.

Entonces, ¿cómo podemos vivir en paz y seguridad? La pregunta resuena con urgencia en un contexto donde la solución parece ser el aislamiento y la fortificación, estrategias ni sostenibles ni deseables a largo plazo. La clave podría estar en fomentar una comunidad más integrada y menos temerosa, donde la seguridad no dependa exclusivamente de la vigilancia y la exclusión. Promover la cohesión comunitaria y el diálogo abierto puede ser el inicio de una desmitificación del miedo y el desarrollo de una comunidad más unida y resiliente.

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