Uno de los elementos fundamentales para toda democracia, es la libertad de obtener y difundir información.

En una contienda electoral, la elaboración de encuestas incentiva el debate público y el intercambio de posturas. A partir de ellas, se pueden definir aspectos trascendentales para cualquier competencia electoral, como el nivel de conocimiento público de cada personaje, su aceptación o rechazo por la gente, su afinidad social, la fuerza de sus propuestas, etc. Por eso, la importancia de las encuestas en el desarrollo del proceso electoral es indiscutible.

Desde los primeros ejercicios, allá por la elección presidencial de 1988, las encuestas se han convertido en una herramienta importante para atender y entender los fenómenos electorales.

No obstante, la veracidad de las encuestas está determinada por varios factores: el método de levantamiento, el muestreo, la zona o área de aplicación, el fraseo de las preguntas, etc., lo que hace dudar de la veracidad de sus resultados. Ello nos debe llevar a reflexionar: ¿Qué tan reales o fiables son los resultados de una encuesta? ¿nos podemos valer de ella para definir las preferencias? Con sus datos, ¿es probable vaticinar el resultado de la elección?

Hoy, en la elección presidencial, se está presentando un fenómeno importante que está afectando seriamente la equidad en la contienda. La difusión indiscriminada de encuestas “patito”, con resultados no comprobables o manipulables, está influyendo en la percepción pública.

El oficialismo ha desplegado toda su influencia para construir la narrativa de “la batalla perdida”. Con todo lo que hemos vivido, con las millones de personas que han salido a las calles a defender la democracia y las instituciones, ¿usted creé que exista una diferencia de 30 puntos o más entre las candidatas punteras a la presidencia? No, esto es poco razonable.

La realidad es que estamos en una guerra de encuestas y datos, promovida desde el oficialismo, donde los resultados son poco uniformes. Algunas manejan cifras muy altas a favor de ciertas candidaturas y otras las contradicen totalmente. La explicación puede ser: 1. Que algunas buscan posicionar o afectar a algún personaje, partido político o candidatura o, 2. Que la gente no está contestando con plena honestidad; lo que en política se le conoce como “el voto oculto”.

No obstante, ello solo es percepción, pues hay encuestadoras serias, que han realizado un manejo adecuado de los datos, que vaticinan una elección cerrada, con una diferencia de apenas 3 o 5 puntos porcentuales entre cada candidata, lo que es mucho más lógico y sensato.

Seamos francos, nos espera una elección presidencial cerrada. La candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México está subiendo en popularidad y presencia, mientras que a la candidata del oficialismo le está “pesando” los errores del gobierno en turno. Ello repercutirá, innegablemente, en el resultado final. De ahí que la narrativa de “la batalla perdida” no tiene fundamento ni sustento alguno, es solo un distractor de su verdadera situación.

Por eso, estimado lector, lo invito a que analice con reserva las encuestas que se difunden. No se deje engañar. Las encuestas no definen los resultados de la elección, son nada más un mecanismo de medición que, en caso de ser correcto su levantamiento, nos permiten conocer el escenario en un momento y lugar determinado.

La verdadera encuesta será el 2 de junio.

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