Los ojos de Patricia Vázquez Quintanar se humedecen y su voz se quiebra cuando recuerda los momentos de angustia que vivió la tarde-noche del jueves, cuando a su vivienda, en Santa María Magdalena, comenzó a ingresar un caudal de aguas negras que hasta la la mañana del viernes permanecía estancado en su patio.

“Cada lluvia es lo mismo. Me dijo una vecina que me calmara, porque hay un señor que se puso así, que no supo qué hacer con el agua y le dio parálisis facial. Esta vez no se nos metió a los cuartos”, indica.

Patricia vive en la calle Hidalgo, en Santa María Magdalena. Los vecinos se vieron afectados por el regreso de agua de drenaje que no alcanzó a salir debido a la cantidad de lluvia.

Cerca de Patricia vive Rafaela Lázaro Hernández, adulta mayor que lucha por mantener limpia su vivienda. En la parte de enfrente hay una pequeña tienda. La puerta de la casa permanece con los costales colocados desde el miércoles pasado, cuando las lluvias amenazaron con ingresar a las viviendas.

Sobre la calle de Hidalgo las huellas del agua son visibles. A lo largo de toda la vía se aprecian los charcos que poco a poco se evaporan por el sol.

En el interior de la vivienda de Patricia el sol no calienta y no evapora las aguas negras que invaden su patio y en la cual dos perros juegan.

Un hombre, Juan, trata de destapar un registro en la puerta. El olor a cloaca es intenso en la casa que Patricia comparte con otras tres familias.

Para ingresar a las habitaciones deben pasar por un fango negro y maloliente, producto de las aguas negras que brotaron de las coladeras y que ingresaban de la calle. Cada vez que pasaba un vehículo ingresaba más agua, por lo que los vecinos decidieron cerrar a la calle.

“Estábamos mi esposo, mi hijo, unos sobrinos sacando agua, pero como se mete del drenaje lo único que hacemos es volverla a regresar. La calle se cierra, porque aquí hay como un socavón. La gente [en auto] se enoja porque no la dejamos pasar, pero se nos mete más el agua”, dice.

Les piden contar con escrituras para recibir los apoyos. El terreno está a nombre de la abuela de su esposo, pero no se ha hecho el cambio de propietario.

Ahora, pasada la tormenta, a Patricia y a su familia no les queda más que sacar el agua, confiando en que no vuelvan las lluvias intensas, por lo menos que les den un respiro.

En tanto, en la vivienda de Rafaela el piso mojado y los costales de arena en la puerta de la casa y de la tienda son evidencias de la fuerte lluvia del jueves. La adulta mayor avanza lentamente hacia el interior de su domicilio.“Pásenle. Todavía tengo un batidero. Pásenle. Aquí pasamos muy mala noche. Hasta acá, el comedor, vino el agua. Aquí se metía, tuvimos que poner trapos. Botaba del registro. Este sillón se mojó”, apunta.

Explica que la tienda es de su hija, pero que le estaba ayudando a secar. Rafaela coincide con Patricia en decir que la lluvia comenzó alrededor de las 20:00 horas. Incluso, caía granizo. “La calle ya ni era calle, era río”.

Querían quitar los costales desde ayer (jueves), pero se hubiera metido más agua. Luego los carros que pasaban aventaban toda el agua para adentro. Pusieron dos carros para que ya no pasara nadie, porque toda la calle estaba llena de agua.

“Con las lluvias, la calle ya ni era calle, era río”
“Con las lluvias, la calle ya ni era calle, era río”

Luego anda uno barriendo el lodo de enfrente de la casa y pasan rápido y todo lo salpican a uno. Son groseros”, narra.

Recuerda que en 2017 fue la última gran inundación.

En esa ocasión no podían salir de las habitaciones. Abrir la puerta de la calle era imposible porque ingresaba el agua de la calle. Agrega que las autoridades del municipio fueron, pero la ayuda es insuficiente.

Rafaela, quien tiene más de cinco décadas viviendo en Santa María Magdalena, añade que durante toda la noche sus hijos estuvieron sacando agua de la vivienda, para evitar que con la lluvia fuera a inundar las habitaciones. Esta vez, no pasó del patio y “el changarrito”.

Los vehículos ya circulan por la calle en la cual aún hay charcos, al igual que en las calles cercanas, donde un caballo permanece amarrado.

Río arriba, en El Marqués, la Presa del Diablo vierte un torrente de agua que no disminuye y que amenaza con crecer ante el pronóstico de lluvias.

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