Borisov .— “Y ya lo ven. Y ya lo ven, somos locales otra vez”. Así cantan los tres mexicanos que están en Bielorrusia, en la Arena Borisov, pero se oyen como si fueran mil, y es que ante lo solitario que está el inmueble, cualquier grito se escucha. Y sí, hasta acá hay connacionales y hasta acá hacen escándalo, contrastando de inicio con la seriedad local, y es que por cara, por carácter, por historia, los ex soviéticos pocas veces se ríen, pocas veces se emocionan, pero sólo fue cuestión de que iniciara el juego para que se soltaran el pelo.

Los militares que ocupaban la tribuna sur, no más de 50, gritaron a todo pulmón cada embate de sus delanteros; una porra ubicada cerca de la banda ya tenía cánticos especializados para cada una de las acciones del juego y hasta recibían a los jugadores mexicanos coreando su nombre.

Y claro, cuando cayeron los goles, se oyeron en todo el bosque que rodea esta bella arena, El frío bosque.

Los mexicanos no dejaron de intentarlo… ¿los que estaban en la cancha? También los que estaban fuera de ésta. Los sarapes y sombreros de charro los identificaban a la distancia. Algunos son los de siempre, lo que siguen al Tri ciegamente jueguen donde jueguen, sea la temperatura que sea, sea el juego molero o no. Otros, los menos pocos, son aquellos se viven en este frío país, los cuales vinieron a estudiar algunos procesos petroleros, o se casaron con gente residente de aquí.

Y es que en todos lados un mexicano puede estar.

No alcanzaron a cantar el Cielito Lindo, apenas pasaron el “Ay, ay, ay… “, cuando los bielorrusos empataron. No alcanzaron a gritar el popular grito de “pu…” al arquero, porque no hubo quién les hiciera eco, y al final, debieron quedarse callados ante el escándalo de júbilo propiciado por la afición local que por primera vez vio ganar a su equipo en su nueva casa, apenas inaugurada en mayo pasado.

El frío ni se sintió, eso dicen los bielorrusos. La temperatura fue de -4 grados centígrados, mas con el viento la sensación era de -8, aunque algunos dicen que de -10. Los mexicanos sólo dijeron: “Hace un chi…. de frío”. Y sí, fríos se quedaron cuando no vieron a Ochoa en la portería, aunque Talavera no lo hizo mal, pero más fríos se pusieron cuando la defensa se durmió o se congeló, ante los embates de la delantera de los atacantes de la Rusia blanca.

Y es que los mexicanos no necesitan de mucha gente para hacer escándalo, pero sí necesitan de algo que los despierte, que los motive, que los saque de su quietud y este equipo mexicano poco les dio.

Por eso al final reinó el frío. El frío de Bielorrusia, el frío de Borisov, el frío de sus bosques, el frío de su futbol de choque. El equipo de Miguel Herrera no pudo calentar la Arena, no pudo calentar a su afición, a los apenas 20 mexicanos que con sarapes y sombreros quisieron poner ambiente en el frío estadio, escenario que al final hirvió con el triunfo local.

“Y ya lo ven, y ya lo ven, somos locales otra vez”, dijo un mexicano al final, pese a cargar con la derrota.

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