Había pánico en Cruz Azul. Ganaba 2-1 más allá del minuto 90 y se dio un tiro de esquina en el que Moisés Muñoz se iba a rematar. Escena casi idéntica a la de hace casi un año, en la que perdió un título. El arquero emplumado amenazaba con otro gol agónico para empatar. Pero justo en el lugar donde vivió su peor pesadilla, La Máquina sometió al peor de sus fantasmas y ratificó su liderato, ante un América vestido a la usanza de la Selección.

Fue un acto de redención en el que surció parte de esa herida que le dejó el América hace casi un año. La victoria de ayer en el Estadio Azteca le dio cierto aire de revancha, ser el líder absoluto del torneo con 32 puntos y enfilarse a la Liguilla como un equipo vigoroso e intimidante.

En el recuerdo aún persistía el aroma triunfal que el americanismo respiró en la final del Clausura 2013. El dolor cementero de una serie en la que perdió el título en cinco minutos punzaba. Pero ayer, la tarde fue de desquite, donde el color celeste encontró consuelo.

Autoritario, Cruz Azul decidió azotar a las Águilas. Dese temprano lo consiguió. No le tuvo piedad, ni consideraciones, aprovechó sus oportunidades para revalidar que el Clásico Joven es imperdible. Lejos aquella paternidad de los emplumados sobre La Máquina.

Mauro Formica se levantó por el cielo de Coapa. Como un gigante entre la zaga de Coapa remató de cabeza. El esférico recibió un impacto sólido, de gol que se arrinconó en la meta de Moisés Muñoz (19'). El argentino fue en la búsqueda de Marco Fabián para hacer un baile de alegría, presagio de un día feliz para su insitución.

América, entonces, entendió muchas cosas. Se dio cuenta que el “disfraz” de Amertri (una playera verde, short blanco y medias rojas) le incomodaba por sacarlo de los colores azulcrema y la leyenda que simbolizan. También supo que enfrente no tenía al Guadalajara, que se encuentra con más rumbo hacia la Liga de Ascenso que hacia hacerle honor a su historia. Tampoco esa base de jugadores de la Selección Nacional jugaba ante la endeble Nueva Zelanda.

Antonio Mohamed, con su andar nervioso y sin rumbo, empezó a sentir como un espejismo la goleada en el estadio Ominlife la semana pasada en el Clásico Nacional. Recordó que su equipo ha navegado en la mediocridad, que aún no confirma su pase a la fase final por estancarse en 20 puntos y que suma cinco partidos sin ganar en el Coloso de Santa Úrsula.

Rostro contrario el de Luis Fernando Tena, técnico cruzazulino. Sereno, confiado, con las sensaciones del triunfo en la frente.

Ese sentimiento creció cuando observó que Julio César Domínguez desvió un cobro de falta de Rogelio Chávez al 42'.

El Flaco levantó los brazos, sonrió mientras en el terreno de juego el azul imponía sus condiciones. Los Cementeros se abrazaban en el área americanista. Arriba, La Monumental sólo alcanzaba a reprochar. El éxtasis era visitante.

Cosa curiosa y del destino: la portería donde el América celebró el título ante La Máquina en la última final que vivió un Clásico Joven, ahora era donde Cruz Azul extendía su felicidad, ante un rival empequeñecido, chato y que terminó con 9 por la expulsión de Andrés Andrade y Rubens Sambueza.

Los cruzazulinos sufrieron sólo al final. El gol de Raúl Jiménez (86’) acercó la vivencia de un déjà vu de la serie por el título del año pasado, pero solventaron esa jugada en la que Muñoz se fue al frente y el líder fue más que el AmeriTri.

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