En la antigüedad, los principales autores de las tragedias fueron los griegos Esquilo, Sófocles y Eurípides; este género dramático que describe y representa una situación lamentable o un hecho desgraciado: la fatalidad del destino signado por los dioses a un personaje o a una comunidad. Tenían varios propósitos: reflejar las principales preocupaciones de la época; educar al pueblo en los valores propios y promover el orden y el cumplimiento del deber.

En la secundaria leímos Prometeo Encadenado, Edipo Rey, Electra y Medea. Desde entonces aprendimos su similitud con las desventuras nacionales que se hicieron experiencia de vida personal con las crisis generadas por Luis Echeverría Alvares, José López Portillo y hoy, por nuestro presidente.

Con Shakespeare la tragedia era connatural a personajes débiles, autorreferenciales, centradas en la traición, venganza, incesto (hoy pedofilia, violación, “mano larga” y aborto) y corrupción moral que los llevaba, de manera natural, a su desgracia.

Las cotidianas desventuras nacionales, representadas en “Palacio”, siguen la estructura tradicional y se nutren de los mismos conflictos. En la larga lista de dramas, iniciadas el 2 de julio de 2018, las más recientes, representadas por Salgado Macedonio, Benjamín Huerta y David Monreal, el conflicto sexual es la especialidad. Al final pretenden que la sociedad asuma sus vicios morales privados, como virtudes públicas.

Y qué decir del estruendoso fracaso de las tradicionales políticas poblacionales del gobierno, a través del Consejo Nacional de Población, que por años ha creído que invitando a los niños y adolescentes a vivir activamente su sexualidad (al margen y sin el conocimiento de sus padres), sin responsabilidad, límites o referentes morales y regalándoles condones, se evitará que las niñas queden embarazadas. La estadística nacional indica que este fenómeno ha venido creciendo sostenidamente y hoy somos el peor país de Latinoamérica. Y como su fallida política no sirve, el siguiente escalón ha sido ofrecer el aborto como medida de control de la población.

México se comprometió a reducir —para el 2030— en 50% la tasa de fecundidad en adolescentes de 15 a 19 años; y a erradicar el embarazo en niñas menores de 15 años (en 2019 se registraron 9 mil nacimientos al año en niñas de entre 10 y 14 años). Seguramente por ello el Congreso de la Ciudad de México, controlado por Morena —la víspera del Día del Niño—, decidió autorizar el infanticidio por causa de violación al quinto mes del embarazo (42 votos a favor y 12 en contra), cuando la propuesta de Claudia Sheimbaum era, incluso, el aborto al noveno mes.

Locura, decía Albert Einstein, es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. ¿Hasta cuándo el gobierno mexicano seguirá excluyendo a los padres en la educación y formación sexual de sus hijos? ¿Cuándo dejarán de prescindir de los valores éticos, morales y afectivos en la educación de la sexualidad? Habiendo países exitosos ¿Por qué no copiar las mejores prácticas? Si la cultura de la muerte que promueven no es parte de la identidad nacional ¿Por qué se empeñan en imponerla?

Todas las calamidades tienen la virtud de generar enseñanzas. Los mexicanos hemos aprendido que esta cultura de decadencia y muerte es promovida por EU (neoliberales) y promovida en México por la izquierda; que AMLO y Morena no saben gobernar, ni buscan el bien común; y que su salida del poder no será tragedia, sino bendición.

Periodista y maestro en seguridad nacional  

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