Jorge Luis Borges, en su cuento “El Aleph”, de 1945, habla de “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”. Más adelante, la nombra y la describe: “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo”.

Poder ver todos los lugares, en forma simultánea: si hay un deseo común a los seres humanos es el de ser invisible y tener una mirada que abarque mucho más que la nuestra, volar por el cielo sin esfuerzo, escuchar las conversaciones ajenas, comprender las ideas de otros, hablar sus lenguas, visitar países extraños, comer miles de platillos al mismo tiempo y gozar de sus sabores sin que nos hagan daño.

Desde niños deseamos alcanzar esa enorme amplitud del ser. Usted y yo sabemos que por desgracia eso no es posible. Nos queda el consuelo de esta maravilla contemporánea llamada Internet, que nos ayuda a comunicarnos con el mundo y a saber lo que está ocurriendo en todas partes, ahora mismo.

La totalidad, según Georg Lukács, filósofo marxista, es un conjunto universalista que reúne todos los aspectos de la realidad, no solo la visión parcial de un sistema establecido, como la sociedad burguesa.

El único problema, mi querido lector, es alcanzar el dichoso conjunto universalista. En mi experiencia, ni siquiera los hermanos tienen una visión compartida sobre lo vivido en la misma casa, con sus padres. Cada quien recuerda los mismos eventos desde su óptica. En sus charlas, parecería que cada uno tuviera unos papás diferentes de los otros. Dijera Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

El relativismo del poeta español es transferido al mundo, es decir, a la comunidad de la que formamos parte y nos define. Es traicionera porque cambia de valores y paradigmas. Lo que ayer era, hoy no es. Si en algún momento la moda nos llevó a usar ciertas capas y sombreros, a la vuelta del calendario perdieron vigencia. Ser un caballero en el mundo actual dista de lo que era hace un siglo.

Algunos son más atrevidos y buscan, como declara Octavio Paz, “Acabar con todo”. Dice su poema: “Dame, llama invisible, espada fría, / tu persistente cólera / para acabar con todo, / oh mundo seco, / oh mundo desangrado, / para acabar con todo”.

Si terminamos con todo, piensan los idealistas, podríamos volver a comenzar. En la construcción de un mundo nuevo, sin ruinas de las civilizaciones anteriores, los seres humanos de distintas culturas podrían ponerse de acuerdo. Sin embargo, nada podría estar más lejos de la realidad. Ni siquiera los habitantes del país más avanzado han logrado construir sistemas sociales perfectos.

El astrónomo Pierre-Simon Laplace, quien se declaraba ateo, escribió: “Se podría concebir un intelecto que en cualquier momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero”.

Para muchos, lo que usted acaba de leer es una descripción de Dios. El ateo buscaba a Dios, a través de la ciencia.

Otros pensadores, como el lingüista Juan Gómez Capuz, habla del todo como de aquello que se intuye, que se siente cercano. Dice su poema: “Recuerdos de aquel tiempo / en el que no sabíamos casi nada / pero lo intuíamos casi todo; / cuando éramos nosotros / los que teníamos que buscar el oro”.

Este doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia sintetiza nuestra nostalgia de aquellos días, los de nuestra adolescencia y juventud, cuando el cuerpo era joven, bello y fuerte. Cuando caminábamos con pasos firmes por un sendero que tenía al final un arco iris propio, una olla con monedas de oro destinadas a nosotros. Gómez Capuz continúa en la siguiente estrofa: “Y no como ahora, tiempo ingrato, / en el que todo nos llega / con sólo apretar un botón. / Hable al son de las viejas normas / mi corazón”.

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