A punto de terminar la secundaria, en mis inquietos catorce años, tenía en el cuerpo ganas de correr, saltar, caminar grandes distancias y llevar a mi mente a donde quisiera: la casa de los abuelos, la escuela o al café frente a la plaza central, que nombrábamos jardín. Sin embargo, al llegar la noche, antes de las diez, encendía un radio portátil en mi dormitorio para escuchar el poema “Desiderata”: “Camina plácido entre el ruido y la prisa. / Y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio. / En cuanto te sea posible y sin rendirte / mantén buenas relaciones con todas las personas. / Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, / y escucha a los demás, / incluso al torpe y al ignorante, / también ellos tienen su propia historia”.

Tengo en las neuronas de la memoria la espléndida voz de Arturo Benavides, quien leía los versos con calma, modulando cada palabra y honrando la obra del poeta. A mí me trasmitía paz, la paz necesaria para leer y pensar.

Desiderata es el plural de desiderátum, la palabra ‘deseo’ en latín. Este poema fue registrado en 1927 por Max Ehrmann, poeta de Estados Unidos. Fue llevado a la imprenta por su viuda en 1948, en un poemario que llevaba el título Desiderata of Happiness. Los hippies de San Francisco lo hicieron su himno en la década de 1960. El autor recibió un homenaje póstumo en 2010, con la develación de una estatua de bronce que lo representa sentado en un banco de su ciudad natal, Terre Haute, Indiana.

La poesía sirve para abrir esa puerta en el intelecto que nos permite transitar un camino en el conocimiento de nosotros mismos. Mário de Andrade, poeta y novelista brasileño, nacido al final de siglo XIX, puso en palabras lo que yo siento: “Mi alma tiene prisa”: “Quiero la esencia, mi alma tiene prisa / sin muchos dulces en el paquete / quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. / Que sepa reírse de sus errores. / Que no se envanezca con sus triunfos. / Que no se considere electa antes de la hora. / Que no huya de sus responsabilidades. / Que defienda la dignidad humana. / Y que desee tan solo andar del lado de la verdad y la honradez. / Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena”.

Hay tiempo para todo, dice el Eclesiastés: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar // un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto y un tiempo para saltar de gusto”.

Los autores del Antiguo Testamento recopilaron la sabiduría de siglos y la escribieron en forma poética. Por tocar temas esenciales, seguimos leyendo estos libros y lo hacemos en silencio, sin prisas.

Un virus puso en pausa a la humanidad en este momento histórico. Hasta el año 2019, todos teníamos prisa. Dice un cuento mínimo de Octavio Paz: “A pesar de mi torpor, de mis ojos hinchados, de mi aire de recién salido de la cueva, no me detengo nunca. Tengo prisa. Siempre he tenido prisa. Día y noche zumba en mi cráneo la abeja. Salto de la mañana a la noche, del sueño al despertar, del tumulto a la soledad, del alba al crepúsculo. Inútil que cada una de las cuatro estaciones me presente su mesa opulenta”.

En profundo silencio leo estos textos, tratando de capturar el sentido de las palabras escritas por los sabios. Anhelo que termine el confinamiento, que la enfermedad deje de propagarse y hacer tanto daño. Que volvamos a la actividad, pero que no caigamos en la prisa hueca, sin sentido.

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