En la relación entre los integrantes de una comunidad y sus autoridades, la confianza es un ingrediente esencial. Es una condición necesaria para agilizar el funcionamiento de la administración del poder público que se le fía a la autoridad. La cotidianidad de nuestras vidas y la necesidad de sentirnos tranquilos se facilita cuando se ha construido un ambiente para creer en el gobierno.

En las sociedades democráticas depositamos nuestra confianza en el gobierno para encomendarle la seguridad de nuestra integridad física y la de nuestro patrimonio. Al comprometernos a pagar impuestos, lo hacemos bajo el entendido de que el gobierno los transformará en bienes y servicios con los que creará las condiciones para materializar los derechos del pacto social (educación, salud, seguridad social, vivienda).

Las personas dejamos en manos del gobierno un conjunto de responsabilidades que es muy difícil y costoso llevar a cabo en lo individual; esto les permite dedicarse a actividades productivas la mayor parte de su tiempo, que es indispensable para crear riqueza, pues ésta genera los recursos de los que se obtienen los impuestos que el gobierno necesita para cubrir el costo de su operación.

Como el monto de recursos que las personas pueden pagar tiene límite, en una democracia se define y decide simultáneamente el conjunto de servicios que prestará el gobierno y las contribuciones necesarias para cubrir su costo. Ya definido, es necesario organizar la asignación de estos recursos públicos que son escasos. Hay que determinar cantidades, responsables, tiempos y especificación de los insumos a adquirir. Todo comprendido en un proceso integral de planificación, programación, presupuesto, ejecución, control y evaluación. La organización de este proceso es fundamental para generar confianza en el ejercicio del poder público.

Hace 17 años traté de exponer esta tesis en el libro Para recobrar la confianza en el gobierno: hacia la transparencia y mejores resultados con el presupuesto público, publicado por el Fondo de Cultura Económica, que, según sé, fue muy útil para entender el complejo mundo del presupuesto federal. Sin embargo, en los últimos 17 años todo ha cambiado.

El gasto público ha tenido una de las expansiones más impresionantes que se hayan registrado desde el sexenio del presidente López Portillo (1976-1982). El gasto primario del gobierno federal aumentó en 8 puntos porcentuales con respecto al PIB. El marco jurídico se ha modificado sustancialmente. Destacan las reformas constitucionales a varios artículos relacionados con el manejo de la hacienda pública y el presupuesto de egresos. Hay nueva legislación: la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria (2005); la Ley del Servicio Profesional de Carrera en la Administración Pública Federal, la Ley General de Contabilidad Gubernamental, la Ley de Disciplina Financiera de las Entidades Federativas y los Municipios, más muchas otras.

En el periodo de 2000 a 2016, el financiamiento de la expansión del gasto público ha cambiado. Primero fue por la reducción del costo financiero de la deuda; después por el aumento en la extracción de petróleo; luego por el incremento en el precio de los hidrocarburos y, al caer precio y producción, hemos pasado a financiar más del 75 por ciento del gasto neto con impuestos.

Como autor del libro, y dada la transformación de la hacienda pública, me siento obligado de ponerlo al día. La dinámica del gasto público ha dejado de ser compatible con los ingresos públicos actuales. Más aún, la composición de las erogaciones públicas, intensiva en regalos y pobre en inversión, no es sostenible ni compatible con mayor crecimiento económico y una mejor distribución del ingreso. Para no abundar, la coordinación de la hacienda pública entre los órdenes federal, estatal y municipal está totalmente agotada.

Precisamente para poder destinar el tiempo que requerirá la actualización del libro, abriré una pausa en este primer ciclo de 16 años que llevo de escribir ininterrumpidamente en EL UNIVERSAL. Si todo resulta conforme a lo previsto, espero estar de regreso con ustedes a partir de septiembre de 2018. Mi agradecimiento a quienes se han tomado la paciencia de leer mis artículos. De verdad muy agradecido con David Aponte, director editorial, y Esteban Román, subdirector de Opinión, del Gran Diario de México EL UNIVERSAL. Hasta pronto.

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