Hace un par de días, por invitación de la Secretaría de Cultura del municipio de Querétaro para  participar en una exposición colectiva de fotografía sobre la festividad del Día de Muertos, me di a la tarea de revisar una serie de imágenes que tuve la oportunidad de tomar años atrás, justo en la fecha de la celebración en el estado de Michoacán, tanto en la ciudad de Morelia como en algunos poblados cercanos al lago de Pátzcuaro. Recuerdo que fue una vivencia única, el recorrer  por la noche panteones repletos de personas, familias, velas, recuerdos y detalles que agradaban en vida a los difuntos vistiendo sus tumbas de luz, colores, aromas y sabores. Todo ello con el propósito de honrar su recuerdo y con la esperanza de contar con su presencia espiritual para dejarle testimonio del amor de sus seres queridos vivos, ahí presentes.  Dicha festividad es una de las tradiciones más arraigadas en nuestro país y en otros del continente americano, con un origen prehispánico y al tiempo vinculada a la celebración católica del día de los Fieles Difuntos y el de Todos los Santos el 1 y 2 de noviembre.

Celebrar, honrar, venerar e inclusive burlarse de la muerte, es algo que se da en un amplio marco de creencias, especialmente por la rica diversidad cultural que caracteriza a México y que le mereció a la fiesta de los difuntos ser considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sin embargo, cada persona en lo individual tiene su manera de celebrar y recordar a sus muertos. Hablar de la muerte nunca es un tema sencillo y cotidiano, pero no pretendo verlo y comentarlo hacia los vivos de hoy, sino a mis muertos de ayer. Coincidentemente estoy leyendo una novela publicada hace un par de años titulada “Ordesa” del escritor español Manuel Vilas, en la que desde el comienzo de la misma, nos narra un sinnúmero de memorias hiladas, las mayoría de ellas, a sus padres muertos y al sentimiento de absoluta vulnerabilidad que la orfandad deja en el personaje. Es curioso, yo guardo algunos objetos que me recuerdan a mis padres, pero una enorme cantidad de recuerdos inmateriales, los cuales todos y cada uno de los días de mi vida están presentes. No suelo ir a visitar el lugar donde se encuentran sus restos, prefiero acudir a la imagen de la sonrisa y la mirada de mi madre que me decía tanto sin mencionar un palabra. De igual manera a aquellos momentos en los que mi padre tenía presente cosas que compartir y que sembraron mucha curiosidad en mí.

Desde hace mucho tiempo suelo, en silencio y en donde tengo sus recuerdos materiales, imaginarlos presentes y platicarles sobre mi vida, las penas y las alegrías, pero sobre todo haciendo las preguntas de lo mucho que nunca hablamos y que hoy día, al ver mi imagen en el espejo e inevitablemente ver la figura de mi padre en su tiempo, me hace pensar en el papel que como tales jugamos hoy con nuestros hijos, como si ello conllevara las respuestas, cuando arribamos a donde la vida se coloca en un último trecho que deseamos sea aún largo, pero que sabemos que no tiene regreso.  Por eso siempre es bueno que quienes tienen a sus padres y seres queridos en vida, preguntarles sobre todo aquello que les permita saber y entender más sobre la vida.

Mi fascinación por los colibríes, viene de lo que mi madre me decía sobre la buena fortuna y los mensajes que traen consigo cuando visitan nuestras casas. Supongo que es también parte de aquellas profundas raíces que nuestros ancestros veían en tan pequeña pero grandiosa ave, la virtud de poder llevar en vuelo el alma de quienes ya no están y hacernos saber que se encuentran bien. Este tiempo obligado de estar en casa, me brinda algunos momentos para observar a los colibríes e inevitablemente pensar de nuevo en mi madre, su mirada y su sonrisa. Mi padre vivió sus últimos años con Alzheimer, y aunque ello no canceló las charlas, sí las limitó considerablemente y no permitió realizar las preguntas que surgen cuando vamos haciéndonos mayores y sabemos que estamos en el segundo tiempo de nuestro personal partido de futbol de la vida.

Honrar y recordar a nuestros muertos, es una de las más profundas tradiciones que permiten mantenerlos cercanos y conlleva la esperanza de saber que somos extensiones de su propia y personal historia que vive y vivirá en nuestra descendencia, también en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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