Cuando Platón concebía al ciudadano educado, lo hacía pensando en que debe ser formado en cuerpo, mente y alma. Para el cuerpo, desarrollaron los juegos olímpicos; para la mente, la filosofía; y para el alma, el arte y la religión.

Nuestra sociedad debería pensar y sentir más eso. Si bien es cierto, en el nuevo modelo educativo ya se concibe la felicidad como concepto en la formación del ciudadano que queremos, hay un reto importante en la educación para “el alma”, como un factor determinante que no necesariamente tenga que ver con lo religioso, sino con el adecuado manejo de la emocionalidad, el desarrollo humano, la sanidad psicológica y la espiritualidad no religiosa, todo desde un ámbito ontológico.

La felicidad es una asignatura pendiente en nuestra sociedad estresada actual, necesitamos sacar el concepto urgentemente de los poemarios y del terreno subjetivo, para que ya no se vea como un algo “cursi” en los ambientes formales y sea descalificado en el terreno académico.

El concepto supone satisfacción por sobre las circunstancias en que se vive, aceptación de la realidad inmediata, relaciones sociales armónicas y un estado emocional que estimula el sistema límbico a favor de la salud y la calidad de vida; un buen principio para generar sociedades maduras y éticas.

Y es que el civismo y la ética los hemos traducido desde lo racional, lo cartesiano y no a través del ejemplo, lo vivencial.

Pero ¿cómo exigir al docente que genere ambientes armónicos en el aula, si no es capaz de generar lo propio en su casa? ¿O cómo pedir al infante que crezca con el respeto hacia el otro, si, producto del mal manejo emocional, es víctima de abusos desde su hogar? El asunto es más de fondo, no se puede dar lo que no se tiene.

Desde la óptica de Platón, la felicidad es un concepto biológico (cuerpo), en el que podemos generar estados de ánimo a partir de la fluidez de redes neurales que estimulen el sistema límbico para generar hormonas como las endorfinas u oxitocinas; ambas generan estados de ánimo de alegría y afecto. Se ha demostrado que ciertos alimentos las estimulan, como el chocolate o los vegetales, además de que las relaciones sociales afectivas, la convivencia con mascotas y del deporte hacen lo propio, pero el cortisol y la adrenalina generan estrés, enojo y frustración.

En lo referente a la mente, me sorprende la cantidad de información negativa que consumimos, estresante, agobiante, que provoca miedo e incertidumbre. Nuestra era de la información nos ha ayudado a ser libres, pero vulnerables emocionalmente por no saber cómo asimilarla y manejarla adecuadamente para tener un día con optimismo. Habría que aligerar nuestras mañanas y noches con literatura, video o arte que estimulen la esperanza, que promuevan la fe, que tranquilicen la mente. La clave sería que estimulen un sentimiento o sensación agradable, respiración profunda y lenta, y la tranquilidad y paz, para que sean perceptibles.

El alma la consideraré como el centro emocional. La autorrealización ya es un concepto añejo descrito por Maslow que supone la satisfacción de las necesidades básicas y sociales que evitan la frustración y la incertidumbre; como se ha notado, el miedo y el enojo, son los sentimientos primarios que más pervierten la sana regulación psicocorporal. Estar atentos y conscientes de esas emociones y sus causas, cuando afloran, puede ayudarnos a manejar mejor el desborde emocional que es causante de muchos conflictos sociales y personales.

Si queremos sociedades más éticas y justas, comencemos con lo básico, con el manejo adecuado y consciente de nuestra naturaleza humana.

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