Lo que estamos viendo gestarse en Corea del Norte es una ruta progresiva hacia la colisión de dos objetivos estratégicos enfrentados: (1) De un lado, la convicción de Kim Jong-un de que lo único que puede garantizar la supervivencia de su régimen, es el contar con la capacidad de atacar con armas atómicas a quien considera su principal amenaza: EU; (2) Directamente de frente, se ubica la meta de Washington de impedir, a toda costa, que Kim alcance esa capacidad. Es el “¡No ocurrirá!” de Trump. Salvo que sí está ocurriendo. Así que, de no haber cambios en los factores que señalo abajo, se podría generar más pronto que tarde, un conflicto de enormes consecuencias materiales y humanas.

Primero, tendría que producirse un cambio en la percepción mutua de las metas estratégicas enfrentadas. Es decir, por un lado, Pyongyang tendría que dejar de sentirse amenazada. Evidentemente esto no ha sucedido por varios elementos que se remontan a historias lejanas y recientes. De su lado, las percepciones de Washington acerca de Kim, sus aspiraciones y lo que parece ser su única alternativa, tendrían que verse transformadas. O bien, tendría que evaluarse la posibilidad de permitir que Pyongyang pudiera mantener un programa nuclear, al menos limitado o regulado. Estas circunstancias, por el momento, no están ocurriendo.

Desde otra perspectiva, también podría ocurrir que Corea del Norte estimara que los costos por seguir avanzando en su programa nuclear superaran los réditos. Esto, debido a una inminente amenaza militar que pusiera en riesgo su supervivencia, o bien, debido a presiones económicas y/o diplomáticas. Sin embargo, desde lo militar, el régimen norcoreano ha sido capaz de transmitir con enorme eficacia el mensaje de que cualquier ataque que reciba podría hacer escalar el conflicto rápidamente con costos humanos inaceptables. Hay estudios que proyectan hasta 300 mil muertes civiles en Corea del Sur en los primeros días de combate. Por tanto, la conclusión hasta ahora ha sido que, para Washington y sus aliados, la opción militar no es viable, y Kim lo sabe. Por otro lado, las sanciones económicas hasta el momento no han sido eficaces. Pyongyang sostiene 90% de su comercio con China. Para que realmente hubiese un cambio de política por parte de Kim, Beijing tendría que ponerle una muchísima mayor presión que la que hasta ahora ha ejercido, lo que probablemente supondría asfixiarlo, cosa que China no está dispuesta a conceder. Trump considera que hay otra vía: incrementar la propia presión a Beijing, pero ello, hasta ahora solo ha irritado a Xi Jinping, desincentivando su cooperación. Otra posibilidad: buscando ganar algo de tiempo, China y Rusia han propuesto que el programa nuclear norcoreano sea no desmantelado, pero sí congelado, a cambio de que EU detenga sus ejercicios militares conjuntos con Seúl, aunque por ahora, la administración Trump se ha negado a considerar esta opción con seriedad.

En suma, las alternativas se agotan. Si las aspiraciones de Kim de conseguir un misil intercontinental con capacidades nucleares siguen progresando, y, si en EU prevalece la convicción de que, al alcanzar esas aspiraciones, se llegaría a un escenario inaceptable (incluso más inaceptable que un conflicto armado en la península coreana), entonces la colisión parece inevitable. Por tanto, asumiendo que las convicciones, percepciones y estrategias arriba señaladas no se movieran en las próximas semanas o meses, sólo un extraordinario ingenio diplomático y de negociaciones —las cuales están viviendo sus últimas oportunidades—, podría salvar el choque.

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