Estás hasta el tope de trabajo pero tu jefe parece no notarlo y llega a tu escritorio con otro reporte más que te pide revisar. No quisieras quedar mal pero sabes que otra carga más en tus labores terminaría por desquiciar tus nervios. ¿Te atreverías a decirle que no?

Contra lo acordado, uno de tus compañeros de oficina te entregó tarde el informe de resultados que había quedado de elaborar y esto retrasó una entrega importante, cuya responsabilidad recae en tus hombros. ¿Cómo vas a decirle que se equivocó y que para la siguiente entregue a tiempo?

Tu superior quiere pedirte un “gran favor”: que recojas a un antiguo compañero suyo de escuela –que nada tiene que ver contigo– en el aeropuerto y que lo lleves a cenar y ver el futbol. Para ti el plan no suena divertido, pero, ¿a poco le vas a decir que no a tu jefe?

Decir no y poner límites claros se convierte en un imperativo en todas las áreas de la vida, y en el trabajo no debe ser la excepción.

A pesar de la importancia de hacerlo, sin embargo, es también una de las tareas más difíciles, porque la realidad es que no nos gusta enfrentarnos a esta situación que en muchas ocasiones se vuelve incómoda y que pensamos nos va a llevar a quedar mal frente a otras personas.

¿Por qué sucede esto? Manuel J. Smith, autor del bestseller sobre asertividad Cuando digo no, me siento culpable, sostiene que las demás personas están violando nuestro “derecho humano asertivo” más primario (la asertividad es aquella habilidad que nos hace decir las cosas de manera clara y precisa y respetando los derechos del otro) al hacernos sentir culpables por decir no y por poner límites.

Nadie quiere arriesgarse a que un azotón de puerta, una mueca de disgusto o unas horas de silencio incómodo le reprendan por haber dicho no y haber puesto un límite.

Pelear o salir huyendo (volar) —ambas respuestas innatas y exitosas hace miles de años— ya no son una opción exitosa en estos días, ya que lo que nos distingue es nuestro cerebro, que ha evolucionado e inventado el habla y se ha vuelto capaz de resolver problemas, según explica Smith.

Hace sentido entonces que la gente grite (pelee) cuando está enojada o que evite el conflicto (vuele). Quién no ha dicho “ya para qué me peleo”, “pues así es la chamba”, “de todas formas así es él y ya para qué le digo algo”. Esto es el otro extremo de quien lanza en la oficina un grito de “¡A la siguiente, me largo!”, para intentar decir lo mismo: no y no quiero o no puedo hacerlo.

En este sentido, el punto medio se llama asertividad. Esa cualidad que nos hace decir lo que queremos comunicar de una manera clara y concisa, y con respeto a nuestro interlocutor.

“Hay que encontrar el equilibrio cuando te expresas, ni cargarnos a la agresividad, es decir, poner límites con un golpe o un grito; el otro es el exceso de pasividad, las personas que no son capaces de expresar lo que sienten”, señala Juan Manuel Juárez Letechipia, socio consultor y fundador de LID Centro de Liderazgo.

Problemas

Muchos de nosotros tenemos la creencia irreal de que es poco sano o poco natural que la vida traiga un problema tras otro.

Sin embargo, este sicólogo y promotor de la asertividad asegura que esto es completamente normal.

“No sólo es natural esperar que vamos a tener problemas en la vida, sino que es natural esperar que todos tengamos la habilidad de manejar adecuadamente los contratiempos que enfrentemos”, sostiene Smith.

Si correr huyendo del otro o pelear ya no son una opción, nos queda la comunicación como la herramienta más necesaria para lograr poner límites y decir no.

Así se hace

En el proceso de decir ‘no’ y poner límites –el cual no suele ser sencillo– es necesario “sembrar en el otro la idea correcta”, explica Juárez Letechipia.

Para ello, cuando se quiere ser asertivo se necesita no sólo hacerse cargo del propio mensaje, sino de la interpretación que el otro le da.

En este intercambio tiene que prevalecer el respeto, tanto por uno mismo como por el otro, y para ello hay que tener claro que ambos están parados en igualdad de derechos.

El primer consejo es: prepárate. Es posible que en el momento estés enojado y quieras decir ‘¡no!’ cuanto antes, pero el consejo es que te sientes a reflexionar tu mensaje.

“Piensa antes de hablar, prepara la charla. No llegues a improvisar. La mayoría de las personas espera a que la última gota derrame el vaso, están enojadas y empiezan a hablar. Es el principal error”, señala Juárez.

En ese caso, escoge las palabras correctas y olvida la improvisación.

Al prepararte, respira. De tu mensaje, 38% proviene del tono de la voz, así que para ser asertivo, inhalar ayuda para relajar los músculos y la mandíbula, según la Asociación para el Coaching.

“Disminuye la velocidad con la que hablas, decirlo muy rápido se tiende a relacionar con un comportamiento agresivo. No grites, pero tampoco susurres, sino que esfuérzate por dar un mensaje a un ritmo normal”, explica un documento que difunde esa asociación internacional.

En el proceso de selección de las palabras correctas, es recomendable también que escojas los conectores adecuados, recomienda el consultor.

Éstos son frases que usarás antes o después de la idea principal y que te ayudarán a “preparar la mente de la otra persona para recibir la idea que quieres dar”.

Esto va a permitir que la gente se conecte o se desconecte de ciertas emociones. Ejemplos son: “Espero no haber sido muy grosero”; “no es mi intención que nos enfrasquemos en una discusión”; “sólo quería darte mi punto de vista”.

Una fórmula

Ya que escogiste las palabras, respiraste profundo y tienes los conectores que vas a utilizar, explica la situación según tu punto de vista.

Siempre habla en primera persona: “yo me he dado cuenta”, “yo pienso”. Necesitas exponer el problema de la manera más clara y desde tu punto de vista, para luego dar pie y explicar la manera en la que te hace sentir, explica Juárez.

Cabe señalar que antes de tener esta charla es recomendable que “hables contigo mismo”, sostiene la guía de la Asociación para el Coaching. “Si te estás diciendo que tienes miedo, o que la otra persona está mal, o que esto siempre te pasa a ti, la reacción en cadena probablemente caerá en lo que se llama la profecía autocumplida”.

Es recomendable que después de que explicaste la situación desde tu punto de vista y que dijiste como te hace sentir, ofrezcas una solicitud concreta. Es decir, qué es lo que quisieras de la otra persona.

Luego de ello, ofrece una consecuencia positiva o algún fraseo en positivo que refuerce el punto que estás exponiendo.

¿Se entendió?

No sólo es necesario hablar de la manera más clara, sino también corroborar que la otra persona haya entendido el mensaje.

Es decir, necesitas “validar los acuerdos”, y esto es corroborar con una pregunta que la otra persona haya entendido lo que tú le dijiste. “¿Qué piensas”, por ejemplo, es una buena pregunta a utilizar, sostiene Juárez.

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