Desde hace 30 años, Fernando Ramírez, queretano, forma parte de los preparativos para la instalación de la ofrenda familiar en casa de sus abuelos en la que, una vez montado el altar, sus padres, hermanos, primos y sobrinos, se reúnen la noche del 2 de noviembre para convivir con un modesto festín en el que recuerdan a sus antepasados, a través de anécdotas y bromas.

Durante la charla, Fernando comparte que en estas fechas, desde que tenía 10 años, su padre los llevaba a él y a sus hermanos al panteón desde muy temprano “para ver a los abuelos, limpiar sus tumbas y dejarles flores. Más tarde nos acomedíamos a terminar de instalar un altar de siete escalones, en el que colocábamos lo que creíamos o sabíamos que les gustaba a nuestros muertitos. Mi mamá siempre me mandaba a comprar una cajetilla de cigarros Delicados para el abuelo, y los demás se ponían de acuerdo para conseguir lo que hacía falta”, relata, y asegura que a partir de estas experiencias en su niñez, él y su familia se juntan cuatro días previos a la celebración, para organizarse y así continuar con una tradición en la que cada año, vivos y muertos vuelven a coincidir en el mismo plano.

Además de familiares, Fernando afirma que también recuerdan a compadres y amigos cercanos, a quienes evocan a través de fotografías en el altar.

En el escalón más alto, los Ramírez colocan el retrato de los abuelos y en los demás, adornados con papel picado de colores, acomodan alimentos, veladoras, flores de cempasúchil y objetos cotidianos que, en vida, fueron utilizados por sus seres queridos.

De acuerdo con Fernando, cada año entre todos gastan cerca de 2 mil pesos para poner el altar. Aunque algunas cosas las consiguen fácilmente en papelerías y tiendas de abarrotes ubicadas en las cercanías del domicilio familiar, continúan realizando algunas compras en mercados tradicionales como el del Tepetate y el de Abastos, donde hay más variedad y los precios son más accesibles.

“Ahorita ya consigues todo más fácil, antes tan sólo las flores de cempasúchil, las íbamos a comprar hasta Carrillo, donde había sembradíos; ahí tú mismo ibas a cortarlo. Pero aún así, seguimos consiguiendo las veladoras y algunos alfeñiques en Escobedo y el Tepetate”, señaló.

Comerciantes mantienen los precios y la tradición

“Aún con poco, nosotros le damos de comer hasta a los muertos”, dice entre risas, Adriana Quintanilla, una comerciante queretana que lleva poco más de 25 años ofertando en el mercado Escobedo, calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto, así como los tradicionales alfeñiques y dulces cristalizados, en estas fechas. No obstante, afirma que cada año disminuyen sus ventas, debido principalmente al declive de la economía del país y al regateo, una práctica que lamenta, “pues aún no se valora por completo el trabajo que los artesanos y los comerciantes locales, no sólo para crear y promover estos productos, sino también para conservar la tradición”, comenta.

Desde lugares como el Estado de México y Michoacán, comerciantes del Mercado de las Flores y del mercado Escobedo traen la afamada “flor de muertos”, mejor conocida como cempasúchil por la voz popular, que es utilizada para adornar las ofrendas y guiar a los espíritus hasta los altares.

De acuerdo con los comerciantes María Concepción Pérez y Ramiro González, aunque las ventas se mantienen en estas fechas, detectan que con el tiempo la flor ha perdido su significado cultural, pues en su mayoría quienes la consumen la utilizan como ornamento. “Ahora es más común que las compren estudiantes para sus escuelas u oficinistas, quienes adornan los jardines y espacios laborales”, asegura Concepción, quién lleva más de una década ofertando este brote en el Mercado de las flores.

Para purificar y orientar a las almas, la guanajuatense Gloria Gallegos vende velas, veladoras, copaleros, incienso, mirra y copal en su puesto, ubicado en el mercado de Abastos, cerca de donde otros comerciantes venden papel picado, aserrín de colores y otros elementos para decorar el altar.

A la redonda, artesanos provenientes principalmente de la zona del Bajío, ofertan sus creaciones en jardín Guerrero. Tal es el caso de David Téllez, quien cada año en esta temporada, viaja desde Guanajuato hasta Querétaro para recordarle a la gente, con sus catrines y catrinas de cartón, “que la muerte también tiene un poquito de picardía”.

Alfeñiques y calaveritas de azúcar

De venta en el Mercado Escobedo:

  1. Alfeñique y calaveritas de chocolate y amaranto, desde 3 hasta 50 pesos.
  2. Dulces cristalizados, 50 pesos el cuarto de kilo.
  3. Racimo de cempasúchil, desde 20 hasta 100 pesos.
  4. Copalera, de 20  a 40 pesos.
  5. Copal en bolsita, 10 pesos.
  6. Aserrín, 5 pesos la bolsa.
  7. Figuras de papel catrín y catrina, de 25 a 60 pesos.
  8. Papel picado, desde 1 hasta 4 pesos.

De venta en Jardín Guerrero:

  1. Alfeñiques, de 8, 10 y 15 pesos.
  2. Dulce en forma de fruta, 1 peso.
  3. Catrín y catrina de cartón,  500 pesos.
  4. Miss Lupita de cartón,  de 30 a 90 pesos.
  5. Pan de muerto, de naranja y anís con ajonjolí, en 6, 12 pesos y hasta 80 pesos.

arq

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