En el corazón de la Sierra Gorda queretana, entre montañas, cañadas y una densa vegetación que va desde el bosque hasta el semidesierto, fue hallada en 2002 una pequeña momia que cambiaría lo que se sabía sobre los antiguos pobladores de esta región. Su nombre es Pepita y aunque murió siendo apenas una bebé, su existencia ha iluminado un pasado mucho más antiguo del que se pensaba para esta zona del país.
La pequeña Pepita fue encontrada en una cueva cercana al pueblo de Altamira, en el municipio de Cadereyta de Montes. Su momificación, atribuida a causas naturales, ha sido fechada hacia el año 300 a.C., lo que la convierte en uno de los restos humanos más antiguos registrados en el estado de Querétaro.
Todo comenzó en noviembre de 2002, cuando una llamada al Centro INAH Querétaro alertó sobre el hallazgo de un cuerpo momificado dentro de una cueva. Las autoridades locales ya habían determinado que no se trataba de un hecho delictivo, sino de un hallazgo arqueológico. A partir de ese momento, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) tomó el control del caso.
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La cueva donde fue encontrada Pepita está ubicada a unos 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar, en la cara sur del cerro de El Doctor, un lugar de difícil acceso y poco alterado por el paso del tiempo. Con apenas seis metros de ancho y menos de un metro de altura, esta pequeña cavidad había servido en años recientes como corral de animales, lo que ayudó a sellar la cueva con restos óseos bajo una capa de desechos orgánicos.
Antes del hallazgo de Pepita, se creía que la ocupación humana de la Sierra Gorda había iniciado alrededor del año 600 d.C. Sin embargo, este descubrimiento empujó la línea del tiempo hacia siglos atrás, revelando que la presencia humana en la zona es mucho más antigua y compleja.
El análisis del entorno ecológico y geológico de la cueva, así como del cuerpo momificado, fue llevado a cabo por un equipo multidisciplinario encabezado por la arqueóloga Elizabeth Mejía, quien ha sido una figura clave en la exploración de la región a través del Proyecto Toluquilla.
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La cueva se encuentra en un nicho ecológico muy especial, una zona de transición entre los bosques de coníferas y el semidesierto. Esta diversidad ambiental fue seguramente aprovechada por antiguos grupos humanos, que encontraron en estas tierras no sólo refugio, sino también los recursos necesarios para subsistir.
Las condiciones particulares de la cueva —como su composición de roca caliza, la falta de humedad y la mínima exposición al viento— permitieron la conservación natural del cuerpo de la infante. No se trata de una momificación intencional, como en otros casos prehispánicos, sino del resultado de un proceso espontáneo de deshidratación en un ambiente estable.
La momia Pepita no sólo representa un importante testimonio físico del pasado prehispánico de Querétaro, sino también un punto de partida para revaluar el poblamiento temprano del centro-norte de México. Su hallazgo ha motivado nuevas preguntas sobre las rutas de migración, los modos de vida y las prácticas funerarias de los antiguos habitantes de la región.
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Hoy, Pepita sigue siendo objeto de estudio, pero también de orgullo local. Los habitantes de Altamira no sólo le dieron un nombre, sino también un lugar en la memoria colectiva de Querétaro.
La historia de Pepita, la bebé que vivió hace más de 2 mil años, nos recuerda que aún hay muchos secretos escondidos bajo la tierra y entre las montañas de México. Su existencia prueba que cada descubrimiento arqueológico, por pequeño que parezca, puede transformar radicalmente nuestra comprensión del pasado.